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Afectos, emociones, atribuciones y expectativas en el ámbito escolar II

¿Cómo vemos esto en las aulas?

 

Es evidente que un alumno con una autoconcepto negativo y una mala autoestima no se verá capaz, en la mayoría de las ocasiones, de llegar a buen puerto en ninguna de las actividades que emprenda. Quizá se atribuya características negativas como falta de inteligencia, pereza o carencia de habilidades que, a pesar de no ser reales (recordemos el fuerte papel de la subjetividad en la construcción de las representaciones de uno mismo), harán que se suma en un estado de ánimo que no le permita ver las cosas bajo una lente diferente.

 

Por el contrario, un alumno con un autoconcepto y una autoestima positivos tendrá muchísimas más probabilidades de éxito escolar porque se verá realmente capaz de hacer las cosas o, al menos, de intentarlas, pues no tendrá tanto miedo al fracaso y podrá gestionar de una manera sana sus frustraciones.

 

Aunque es algo que evidentemente debería cuidarse también en las familias, pues es el ámbito donde todos comenzamos a ser personas y donde, idealmente, más se nos debería valorar, considero indispensable, por parte de la escuela, el trabajar la parte más emocional de nuestro alumnado, como complemento de lo que se transmita en la familia o cómo, en casos específicos, que los hay, como motor principal de esta tarea.

Es que... ¿cómo vamos a transmitirles conocimientos si no se valoran a sí mismos como personas capaces?  Creo que lo primero es transmitirles valores, así como trabajar para que consigan tener una imagen positiva de sí mismos, requisito indispensable para moverse en el mundo y, a partir de entonces, relacionarse con los demás o adquirir conocimientos y habilidades.

 

Para hacer esto es cierto que sería muy útil contar con una formación específica que muchos de nosotros no tenemos; sin embargo... no nos agarremos a las excusas, porque... el cariño, la atención y la empatía creo que son herramientas clave con las que todos, como seres humanos, contamos y que podrán  servir de  base para contactar con los niños y niñas, para intentar conocerles y percibir sus necesidades, para saber darnos cuenta de cómo se perciben, para ayudarles a que se valoren valorándolos nosotros mismos.

 

 

Bien, hasta ahora hemos hablado del papel que las representaciones que los alumnos y alumnas tienen de sí mismos pueden jugar en la manera en que se desarrollan sus aprendizajes.

 

Pero... ¿qué hay de las representaciones que los profesores y profesoras tienen del alumnado?

 

Inevitablemente, y en menor o mayor grado, nos afecta lo que los demás opinen de nosotros, la manera en que nos conciban, la representación que creen de nuestras capacidades, de nuestros motivos, de nuestras intenciones... De hecho, es clara la tendencia del ser humano a agradar a sus congéneres.

 

En el ámbito escolar, en el que los protagonistas son niños y niñas con una identidad todavía sin definir y, por tanto, mucho más influenciables que los adultos, es de vital relevancia la manera en que son tratados por parte del profesorado. Y ese trato, en muchas ocasiones, se deriva de las atribuciones que de ellos tienen los docentes, en muchos casos inconscientes, irracionales y con un fuerte componente emocional, así como de las consecuentes expectativas, positivas o negativas, que de ellas derivan.

 

¿Y cómo se va creando esa representación mental del profesor sobre el alumno que tanta repercusión posterior podrá tener?

La más clara es la observación del sujeto en cuestión, que nos proporcionará mucha información que deberíamos aprender a gestionar y ordenar, no dejándonos llevar por rápidas categorizaciones que nos lleven a la creación de etiquetas difíciles de eliminar.

También podemos crear la representación de nuestro alumnado mediante la información recibida, mediante charlas informales, con compañeros que ya hayan trabajado con nuestro grupo de clase. Si peligroso es lo que puede ocurrir en el caso arriba mencionado si nos dejamos llevar por las primeras impresiones, aún más peligroso es tomar al pie de la letra lo que alguien externo nos dice y adoptar como nuestras las representaciones mentales de otros.

 

Puede parecer exagerado este grado de alarma, pero no podemos obviar que, las primeras representaciones que tenemos del alumno, marcan los contactos iniciales entre docente y discente.

Bien es cierto que, con el tiempo y el trato continuado, esas representaciones pueden confirmarse, matizarse o refutarse pero... está demostrada la tendencia que tenemos a, una vez establecida una primera representación, ir preservándola.

 

 

Como ya se ha apuntado más arriba, estas representaciones que el profesorado crea sobre sus alumnos y alumnas suelen generar una serie de expectativas sobre ellos y ellas.

Las expectativas pueden influir en nuestra forma de actuar con los otros, ya que tendemos a actuar de acuerdo con lo que esperamos de los demás. Esto supone el riesgo de que se produzca, tal y como Miras señala, la profecía del autocumplimiento, que consiste en que las anticipaciones que una persona realiza sobre determinada persona, pueden provocar que esa persona modifique su conducta de tal que manera que aumente la probabilidad objetiva de que la anticipación se cumpla.

 

Para el alumnado en edad escolar en muchas ocasiones el profesor o la profesora es un punto de referencia de gran importancia, influyendo mucho en la conformación de muchos de los rasgos de su personalidad. Al fin y al cabo y, junto con la familia, es una de las personas con las que más tiempo diario pasa.

 

Teniendo en cuenta esto y conociendo el modo en el que las expectativas del profesorado puede repercutir en el aprendizaje del alumnado, al cambiar su manera de tratarle o al trasladarle, aunque a veces inconscientemente, las representaciones mentales que de él se tiene, pudiendo influir en su propio autoconcepto, apoyo lo que Mariana Mira defiende: habría que tratar de analizar el proceso mediante el cual se produce la formación de expectativas por parte del profesorado así como determinar las condiciones que llevan a que estas expectativas den lugar a una profecía autocumplida.

 

Pensemos además, que esta relación expectativa del profesor - tipo de aprendizaje del alumno podría darse en la vertiente positiva: ¿si un profesor tuviera una representación positiva del alumno así como unas buenas expectativas... no podría conducir esto al éxito escolar del alumno?

 

Es evidente que, para ello, se requeriría que el profesorado se replanteara su manera de hacer las cosas y desterrara antiguas concepciones para adoptar una actitud positiva ante cualquier tipo de alumno, desatendiendo aquellos prejuicios que le lleguen e intentando ser, por una parte, objetivo en su trato y, por otro, pleno defensor de que... en absolutamente todos y cada uno de los niños y niñas hay algo bueno esperando a ser encontrado y potenciado.

 

 

Sabiendo entonces lo que ya sabemos acerca de la importancia de cuidar el autoconcepto y el autoestima del alumnado, así como controlar el proceso de atribución del profesorado hacia sus alumnos y la influencia de sus expectativas en el aprendizaje, ¿cómo podría definirse el clima del aula ideal? ¿qué rasgos del docente podrían mejorarlo?

 

Partiendo del texto base, algunas dimensiones del profesor que los alumnos señalan como fuente de ayuda en la creación de un buen clima, serían:

-         Estilo de interacción democrático.

-         Existencia de expectativas basadas en las características individuales del alumno como persona y como aprendiz.

-         Interés y preocupación por la enseñanza.

-         Uso de feedbacks constructivos.

 

A esto yo añadiría, por considerar que incluye  muchísimos más aspectos, el hecho de que cualquier docente debería tener cualidades  y valores humanos a través de los cuales interactuar con su alumnado no sólo cognitivamente, sino también afectivamente.

 

 

 

 

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