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Gloria

Colocándonos, posicionándonos

Colocándonos, posicionándonos

En el sentido más estricto de la palabra, cuando uno “se coloca”, se posiciona físicamente de la manera más acorde a la acción que va a desempeñar o al lugar donde se encuentra. Si seguimos tirando del hilo y nos centramos en el verbo “posicionarse”, éste nos remite aún más claramente a la noción de “posición”, de “postura”, abriéndose además al mundo de los significados abstractos. Pasamos del mundo físico al de las ideas, y “posicionarse” también alude al hecho de mostrar nuestro parecer, de dejar ver nuestra actitud, de situarnos en una zona concreta de la circunferencia que, a modo de símil, puede suponer el rango completo de las alternativas a adoptar ante cierto aspecto.

 

Cuando entablo una conversación, cuando adopto un rol en un grupo, cuando afronto las pequeñas vicisitudes diarias o cuando me enfrento a una experiencia nueva, estoy irremediablemente posicionada.

 

¿Y qué influye en mi manera de posicionarme? ¿Qué hace que tenga determinada actitud ante lo que me viene de fuera? (o de dentro). Sería absurdo enredarse ahora en la dicotomía “herencia”-“ambiente”, y confesando que yo apuesto por una combinación de ambas, aunque en diferentes medidas, creo que estos dos factores influyen irremediablemente en nosotros: en nuestra personalidad, en nuestra manera de desarrollarnos, en nuestra forma de entender el mundo.

 

En cuanto a la herencia, entiendo que los genes algo nos determinan, y que ponen su granito de arena en ese “producto” tan dinámico y variable como somos las personas. Concedo cierto grado de relevancia a esa manera en que, aparentemente más innata en unos que en otros, nos enfrentamos a lo que nos rodea.

 

Con lo que respecta al ambiente, aprecio su influencia a dos niveles.

En primer lugar, considero que todas y cada una de las experiencias que vayamos “acumulando”, irán, indefectiblemente, y por nimias e insignificantes que parezcan, modelando un “yo” que mañana no será el que era hoy ni hoy es el que fue ayer. Por supuesto, un cambio perceptible en lo que somos no se apreciará en cuestión de horas, y habrá eventos, de entre todos los que nos acontezcan a lo largo de la vida, que podrán señalarse como los más llamativos, como los sucesos vitales que influyeron en nuestra des/evolución. Sin embargo, creo que es el conjunto de las pequeñas cosas lo que produce otras más grandes, que son las pequeñas gotas, y no sólo un largo chorro, las que colman un vaso. Así, la forma en que yo me enfrento a una circunstancia, estará altamente influida por mis experiencias previas (“una vez que estuve en esta situación yo...”, “nunca he hecho esto hasta ahora”), y por elementos como la motivación, la confianza o la seguridad, que se mostrarán en dispares niveles precisamente según los resultados que hayamos ido obteniendo a lo largo de nuestra historia de desempeños.

En segundo lugar, y si a lo anterior lo podíamos denominar algo así como “ambiente estático”  me parece importante tener en cuenta  también el ambiente más “dinámico”, más variable, más propio de la situación concreta que estamos viviendo. A pesar de la predisposición que tengamos a reaccionar de determinada manera debido a nuestro bagaje anterior, circunstancias puntuales del momento que estamos viviendo pueden hacer que nuestro posicionamiento ante determinada circunstancia se vea matizado. El cansancio, un problema que nos preocupa, una mala racha o una felicidad desbordante podrán afectar, negativa o positivamente, a la forma en que afrontamos las experiencias.

 

Es precisamente ese “contexto próximo” sobre el que tenemos, aunque a veces no lo identifiquemos, mayor control (no identificamos la posibilidad de controlar, y aún en el caso de que nos hagamos conscientes de que existe esa opción, en ocasiones no reconocemos en nosotros la capacidad de elegirla). La combinación de genes que mis padres me legaron no puedo alterarla, lo que me ocurrió hace años y ha afectado a lo que soy ahora no lo puedo cambiar (aunque quizá si mitigar sus efectos, pero ese es otro tema), pero la manera en que yo interacciono, desde “mi yo” y “mi ahora” con lo que me rodea... sí puede trabajarse.

 

Aunque los últimos experimentos efectuados con nosotros mismos no hacen más que confirmar la manera tan poco aprovechada que, en general, tenemos a la hora de gestionar nuestras acciones, en este caso en el ámbito comunicativo, quizá darse cuenta de ello es el primer paso para cambiarlo.

Es ahora cuando me estoy dando cuenta de la complejidad que puede rodear, o más bien componer, un acto de comunicación. Como un insólito hallazgo nos percatamos no sólo de que, además de nosotros, existen otros aspectos susceptibles de control, como nuestros interlocutores y el contexto que nos rodea, sino también de que, entre los elementos de la triada, el “yo” no está tan estudiado como parece a simple vista. Tenemos la fea costumbre de pasar por las experiencias bastante de lejos, dejándonos llevar por lo evidente de los resultados y ofreciendo el camino que nos lleva a ellos.

Dentro de los diferentes procesos de los que voluntaria e involuntariamente somos protagonistas cuando nos comunicamos, sólo un pequeño porcentaje de ellos se nos muestra tal cual; el resto queda encubierto, olvidado, no percibido.

Y... si hay cosas que no percibimos, o en las que ni remotamente nos habríamos parado a pensar, si no sabemos siquiera de su existencia... poco podremos hacer para controlarlas. Si, por el contrario, por la razón que sea, hemos tenido la suerte de saber de ellas, tendremos tiempo para ir identificándolas, aislándolas, analizándolas, revisándolas y volviendo a contextualizarlas para, poco a poco, ir dando sentido.

2 comentarios

Gloria -


Hola Alejandro!

Buena analogía la de las cartas... desde luego. Te las reparten, las descubres, y te gusten o no, tienes que jugar con ellas. Mi corta experiencia con esta práctica lúdica/social me dice que hay muchas maneras de jugarlas, y que una buenísima mano no implica necesariamente que te erijas en ganador, jaja. También es cierto que lo que en principio parecía “no tener arreglo” puede dar un giro inesperado... Por eso yo creo que aunque el reparto influye en cierta proporción, la habilidad del jugador cuenta bastante más.

Es verdad, el suceso no cambia, pero sí su significado (yo aludía a esto con “sus efectos”), y ahí tenemos gran importancia nosotros, protagonistas, aunque creo que a veces no somos conscientes o no nos vemos con la “fuerza” suficiente para manejar algo que parece nos está manejando a nosotros, ¿verdad?

Pero bueno... las distinciones que estamos haciendo últimamente creo que van dando sus frutos, y están despertando en nosotros la conciencia de aspectos que teníamos olvidados.

Besos : )

Alejandro -

Hola Gloria

Buena síntesis, vaya que sí.

Ya que estabas mencionando la relación herencia-ambiente, recordé una analogía que me contaron hace ya bastante tiempo. Si te reparten unas cartas en una partida, más vale pensar qué haces con ellas (en relación con las otras), qué estrategia sigues, cómo aprovechas las circunstancias.

Hay mucho más disponible de lo que notamos generalmente. Y una clave es justamente ésa: notar, sensibilizarnos para poder hacer distinciones significativas. En parte, en eso estamos. Dentro de poco empezaremos a leer algunos textos que espero que nos faciliten la tarea, una vez tenemos ya una base experiencial creada.

Ah... los sucesos puede que no cambien, pero su significado, eso es otra cosa. El significado no depende del suceso, sino del que crea el significado.

Estás haciendo una buena elaboración de las sesiones.

Un saludo

Alejandro