Carta a Jorge (III): en paz
Han pasado poco más de dos meses desde la última vez que nos vimos, y entre nosotros... sólo ha mediado este contacto virtual que ahora toma la forma de una sexta carta.
Sin embargo, siento que han pasado años y que este frío invierno se ha desdoblado en varios, eternos pero cargados de momentos de sabia introspección.
Jorge, tú has optado por pasar un tiempo en esa isla donde dices muchos han ido por amor y otros... por miedo a él. Yo... también pensé en desaparecer, y he viajado.
A algunas personas les da miedo la soledad, y buscan siempre calor humano a su alrededor. Yo disfruto mucho de la compañía, pero en los últimos tiempos he empezando a disfrutar también de la calma que te proporciona estar sola en una estancia, en una casa... sin necesidad de intercambiar fórmulas de cortesía con aquellos con los que te topas cuando lo que en realidad deseas es estar contigo misma.
Apreciar un paisaje lleno de vida vegetal y animal pero sin compañía humana, caminando a diferentes ritmos, contemplando algo que te llama la atención o quizá buscando, con la mirada perdida, algo más allá, no perceptible por los sentidos.
No eché de menos a nadie. No necesitaba nada más.
Y es así como me di cuenta de que, a pesar de que no lo aceptaba, soy “fuerte”. Superé los días en que parecía haber perdido el sentido de la realidad, en que no era capaz de desarrollar un pensamiento coherente alejado de lo que entonces consideraba el centro de mi mundo.
Al principio me sentía enormemente culpable por terminar algo que, al parecer, si yo hubiera querido, se habría prolongado indefinida y felizmente. Recordaba a nuestros conocidos diciendo que hacíamos una pareja estupenda, que se nos veía tan bien juntos... recordaba la envidia en la cara de algunos cuando agarrados, paseábamos por la calle, vistiendo el silencio de carcajadas, recordaba tu sonrisa reconfortante mientras, levantando mi barbilla para que te mirara, me secabas las lágrimas cuando mis pequeñas tonterías me hacían estallar, recordaba tu preocupación en la sala de espera cuando aquella noche me ingresaron de urgencias, recordaba el momento en que algo empezó a palpitar dentro de nosotros cuando, sentados uno junto al otro en un viejo sillón de hotel al amanecer, nos sorprendió una felicidad desbordante...
Sin embargo, poco a poco, estoy aprendiendo a disociar nuestra historia de la desgracia, estoy empezando a convivir con los recuerdos sin convertirlos en dramas, estoy atreviéndome a pensarte... esta vez sin miedo.
Cuando era pequeña, mi madre me decía que había diferentes tipos de amor y yo... no terminaba de entenderlo. Ahora, experimentando este cambio de piel, sé lo que quería decir.
Ahora sé que no voy a dejar de amarte, Jorge, aunque no lo haga de la misma forma que antes. Ahora sé que podría volver a mirarte a la cara sin derrumbarme, porque yo ya me he perdonado, porque estoy limpia, porque huyendo de las normas sociales que a menudo nos coartan, he aceptado que incluso las historias más bonitas pueden terminar. Y... con una asombrosa certeza te digo que, una vez que la amargura desaparezca, podremos llegar a compartir momentos inolvidables, que podremos empezar otra historia, diferente pero también nuestra.
Yo te espero.
Y esta... es la banda sonora de mi momento.
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Helena -