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Gloria

El "varón patoso" y la "fémina decepcionada"

El "varón patoso" y la "fémina decepcionada"

Nardone, Giannotti y Rocchi (2005)

 

 

La lectura de este artículo ha sido, de alguna manera, un fogonazo de luz.

 

Me ha gustado tantísimo, básicamente por dos razones:

 

-         En primer lugar, se demuestra que no se necesitan páginas y páginas de largos párrafos cargados de retórica e información complementaria para ilustrar muy pero que muy bien una temática. Considero una virtud a tener muy en cuenta: los autores nos ofrecen una perspectiva directa, concisa y muy ilustradora pero no por ello carente de veracidad y consistencia.

 

-         En segundo lugar, me he sentido tan cercana a lo que en el texto se incluía que... no ha podido dejar de sorprenderme.

 

En el capítulo se nos presentan “características propias del adolescente moderno y su diferenciación entre varones y féminas”, así como también “las tipologías de interacciones entre los dos sexos en esta edad evolutiva”.

Se defiende que “intentar prevenir una disfunción en las relaciones entre ambos sexos en la adolescencia se convierte en una de las mejores formas de prevención para los problemas de las futuras familias”.

 

Yo estoy muy de acuerdo en esto. Soy consiente de que la experimentación, con sus consecuentes resultados positivos o negativos es la que nos va proporcionando una experiencia y que... cada uno suele ir aprendiendo de sus propios errores, por lo que no importa lo que te digan, sobre todo en la adolescencia y sobre todo si los que te lo dicen son tus padres, porque... no tendrás la certeza de algo hasta que no lo hayas probado tú mismo.

 

Sin embargo aquí, a través de dos imágenes caricaturescas (se aclara que estas visiones son “exageraciones” o “prototipos” usados como base de un análisis pero se asume que la realidad no siempre es esa) del varón y de la fémina adolescentes, se nos ofrecen unas pautas comunes a las que la mayoría suele tender, y nos ilustra de un modo clarísimo los “choques” que entre ambos sexos se pueden producir, debido a sus diferencias, durante las primeras relaciones de pareja, ofreciéndose posteriormente “consejos” o cosas a tener en cuenta tanto por chicos como por chicas para fomentar una relación más saludable y equilibrada.

 

Por ciertos comentarios de los autores se adivina que lo que aquí dicho está basado en lo observado en la sociedad italiana. Podríamos decir, sin equivocarnos, que dado que Italia y España, ambas mediterráneas, tienen bastante en común en lo que a cultura y tradiciones respecta, no importaría aplicar todo lo dicho a la sociedad española.

Sin embargo, yo diría aún más. Para bien o para mal, en este mundo tan globalizado en el que estamos inmersos, considero que muchos de los estudios relativos a la sociología y psicología general escritos en el contexto occidental (ya sea europeo o americano) podrían aplicarse, sin mayor problemática, a uno u otro país, exceptuando casos o contextos muy específicos.

 

Pues bien, se nos presenta, en primer lugar, la visión de lo que los autores denominan como “varón patoso” y  “fémina decepcionada”.

Podríamos decir que son los “estereotipos” de los chicos y chicas adolescentes, reuniéndose los rasgos más frecuentes en cada uno de ellos.

 

A modo de generalización y síntesis, podríamos decir las características que se atribuyen a cada uno de ellos son:

-         “El varón patoso”: fragilidad psicológica, carencia de sentido de responsabilidad, escasa capacidad para asumir el liderazgo, inseguridad e indecisión, pereza y desmotivación, sin grandes presiones familiares hacia la adquisición de autonomía e independencia, lo que le hace recostarse en la comodidad, dificultades en la gestión de las relaciones de pareja, incapacidad seductora, mayor tendencia a trastornos ansioso-depresivos, fobias, obsesiones y compulsiones y aumento en los casos de violencia, abuso de sustancias y alcohol y presencia de conducta antisocial.

-         “La fémina decepcionada”: mayor vitalidad y empuje en la afirmación personal, más orientación a la calidad de su formación personal, tanto en estudios como en trabajo, y más interés en profundizar sus conocimientos en los ámbitos psicológico-social, literario y artístico, menos protección que los varones en las interacciones familiares y mayor capacidad para  afrontar el dolor y la frustración.

 

A continuación se presenta un esquema típico de las relaciones establecidas entre parejas adolescentes, tendiendo a producirse un modelo de relación patógena.

En principio la relación parece ser complementaria. La falta de motivación, responsabilidad o independencia del chico, las completa la chica, quien en un principio está encantada de tener esta función de “controladora” pues su autoestima se eleva. Digamos que la chica lleva las riendas y el chico está muy complacido por no tener grandes preocupaciones. Ambos parecen encontrarse en un estado satisfactorio.

Sin embargo, cuando pasa el tiempo y se madura, es común que la chica, más preocupada por su realización personal y profesional, comience a desear el hecho de tener a un varón a su lado  que esté a su “misma altura” y que sea capaz de hacerla avanzar, por lo que empieza a ver lagunas en su relación, percibiendo que “falta algo”.

Así, como bien dice el texto, “aquello que primero era una complementariedad en la pareja, en un cierto momento se transforma en una simetría. Lo que los mantenía vinculados gira y los aleja”.

Suele producirse entonces el hecho de que la chica comience a fijarse en otros chicos, normalmente más mayores que ella, pues suelen estar preparados para ofrecer una satisfacción intelectual, afectiva e incluso sexual, mayor.

 

Antes de ofrecer mi opinión, querría matizar, como también lo hacen los autores, que soy consciente de que las imágenes del chico y la chica adolescentes que aquí se ofrecen son generales, y que por supuesto, no todo es blanco o negro. También que el ejemplo de relación “típica” puede producirse en algunas parejas y en otras no.

 

En mis experiencias personales y cercanas he podido observar un proceso como el descrito, de ahí que yo lo considere veraz.

 

De siempre se ha dicho aquello de “las chicas suelen madurar antes que los chicos”, “mientras ellos son unos críos ellas son mujeres”. Puede ser, y puede ser también que eso no se refiera sólo a la adolescencia sino a los principios de la juventud; puede incluso que... ¿se prolongue en la adultez?

 

Hombres y mujeres somos distintos, está claro. No en derechos ni en deberes, pero sí psicológicamente, ¿qué hay de eso de “es que las chicas... ¡pensáis demasiado! ¡le dais tantas vueltas a las cosas...!”? ¡Anda que no envidio yo a “los chicos” (siempre hablo en general) cuando me sumerjo en contradicciones internas en las que no encuentro salida! Admiro en ocasiones su llaneza, su firmeza, su claridad.

Existe literatura en tono jocoso (pero también con un trasfondo “serio”)  respecto a esto: “Por qué los hombres no escuchan y las mujeres no entienden los mapas”, “Los hombres son de Marte, las mujeres de Venus”.

Pero bueno... cada uno es como es y debe aceptarse. También está claro que dentro del “grupo de los chicos” y el “grupo de las chicas” hay de todo. He tenido la suerte de encontrar a chicos que cuentan con preocupaciones, sueños o dilemas similares a los míos, así como a chicas que parecen vivir con mayor “sencillez mental” (no se bien cómo expresar lo que quiero decir).

 

Yo creo que algo importante sería... comenzar a conocernos: primero a nosotras mismas, y luego a ellos. Tenemos primero que aceptarnos como somos, ser conscientes de nuestras virtudes y nuestros defectos, de la relatividad con la que se pueden tomar determinados asuntos según tu personalidad y tu sexo y así... considero que también serás más hábil a la hora de aceptar y comprender al otro (empatía, como bien decía Patricia en su blog), de darte cuenta de que el mundo puede ser visto a través de diferentes cristales, que tus deseos no siempre son compartidos, que tus sentimientos no siempre parecen lo mismo desde fuera, que hay otras cabezas, otros puntos de vista, otras maneras de “tomarse las cosas”...

 

Ojalá desde jóvenes comenzáramos a trabajar en eso: primero conocernos, después conocer; primero aceptarnos, después aceptar... y a partir de ahí: la posibilidad de una relación afectiva sana y equilibrada, con algunas expectativas comunes y con otras independientes, pero con un fondo de confidencia y complicidad. Creo que eso evitaría muchos de los problemas o conflictos sentimentales que se presentan durante la adultez.

 

 

3 comentarios

Alejandro -

Hola

Qué bueno, me gustó la respuesta.

Primero que nada me disculpo por ser tan pesadito con de escribir (tanto o no), es que me tenías demasiado bien acostumbrado, ja... ¿seré un bloguero virtual decepcionado?
Tranquila que no. Impaciente, eso sí, tal vez también lo cure el tiempo.

Yo también he tenido muchas conversaciones como la que mencionas. Y eso que desde que vivo en el "agujero en el tiempo" que me he fabricado, por el que opté hace unos ocho años, no las tengo tanto, imagino que mi generación y yo hemos ido por caminos, expectativas, exigencias y trayectorias un poco diferentes.

Pero ése es otro tema. Otro día lo podemos desarrollar.

Woody Allen no es un varón patoso, lo parece pero no lo es, en absoluto. Responde mejor a lo que en ciertos libros que tratan el tema de la masculinidad profunda denominan el arquetipo del tramposo. Es mi favorito, ja... el arquetipo, cuando lo descubrí entendí muchas cosas y me relajé un poco. Le regalé a Juanjo un libro sobre estos temas, la semana pasada. Iron John, se llama. Pero hay otros como Más allá del héroe (también existe más allá de la princesa), o Ser Hombre, que trabajan los mismos temas. Siempre me ha preocupado esto de la masculinidad, puede que por tener un padre virtualmente presente/ausente en mi infancia/adolescencia, recuperado posteriormente, o vete a saber por qué. Las mujeres hicisteis vuestra revolución sexual y nos dejasteis fuera de juego a muchos, hemos tenido que espabilarnos a marchas forzadas, por decirlo de alguna manera. Y vuestros modelos no nos sirven, el hombre femineizado es un poco consecuencia de eso, un buen propósito por una dirección equivocada.

Bueno, ahora no puedo escribir mucho más. Lo desarrollaremos intemporalmente en este otro agujero temporal

Un beso

Alejandro

Gloria -

Vaya... qué gusto que vuelvas a usar las potentes posibilidades de la a/in-temporalidad recién descubierta para retomar!! (es a través de cosas de este tipo como me creo el “seguimos” o “esto no se acaba aquí”...).

Aunque veo que has dejado caer el “no escribes” (siento decirte que el “tanto” entre paréntesis no ha logrado ocultar el amargo poso de profesor voyeur algo decepcionado...jaja ) me alegro de que estés por aquí, sobre todo en un post que, aunque ahora releo no me gusta nada, fue creado a partir de una lectura previa que me removió mucho (de las que más).

Quizá fue por eso por lo que yo también recordé este capítulo al leer la obra de “Segunda Vida” por primera vez, al luego ir ensayándola, pero sobre todo, al empezar a acercarme a Laura de un modo quizá más profundo que el aparente.

Sé que en ocasiones me llevo aquello con lo que me topo demasiado a lo personal (¿qué es “demasiado...”? ¿por qué digo “demasiado”? ¿qué horrible consecuencia puede estar detrás de él?) pero la tesis defendida en este capítulo me ha acompañado bastante a lo largo de este tiempo, pudiendo decir que he flirteado con ciertos intentos de investigación amateur en mi tiempo libre... : )

Hace cosa de un mes, precisamente, tuve una interesantísima conversación con una amiga. Tras un viernes de juerga en una casa rural, nos animamos a salir de nuestra guarida, dejando a los que aún luchaban con la resaca en el sofá, para “hacer una ronda de reconocimiento” en el pueblo que nos encontrábamos y tomar el aire. Poco imaginaba yo que, con un vaso de tinto de verano en la mano y una bolsa del Carrefour llena de patatas fritas en la otra, terminaríamos hablando de lo divino y lo humano. Describir con detalle el cómo llegamos a lo que aquí viene al caso sería algo tedioso, pero como quizá su contenido puede tener relevancia, diré que todo empezó con un “¡cómo pasa el tiempo!” y el consecuente recorrido por nuestros años de amistad (con los convenidos, salpicados con risas, “¿te acuerdas de cuándo...?”, “¿y qué me dices de...?”...). Esos años abarcaban un periodo de especial importancia en nuestras vidas, un periodo en el que confluían grandes descubrimientos, con sus subidas a la luna y sus caídas de bruces. Y en ese periodo se sucedían acontecimientos a una velocidad tal (esto me recuerda al texto de HHSS que nos has pasado de la transición como clave del relato, pero ya profundizaré) que en ocasiones, y tomando distancia, no éramos capaces de reconocernos en la persona que hizo tal o cual cosa, que actuó de una manera o de otra, que se tomaba la vida así o asá... Y en ese punto estábamos cuando salió a colación, final e inevitablemente, el tema de las relaciones sentimentales, en especial de aquellas que comienzan en la adolescencia y por las que podrías apostar todo el oro del mundo pero que, al contrario de lo que ocurre en las películas de Hollywood (de nuevo el texto de Polster: “El final feliz es una característica típica de las películas de Hollywood (...) Pero es obvio que no fue Hollywood quien inventó el final feliz”) acaban por truncarse. Además de nosotras, encontramos numerosos ejemplos, en nuestro círculo de amistades, que habían sufrido el mismo destino (“¿mal (¿seguro que mal?) de muchos consuelo de tontos?”). Y es ahí cuando volví a recordar a Nardone (aunque eso a mi amiga no se lo dije) y cuando, acompañada por ella, ambas ya con nuestra decepción superada, nos dijimos que, al fin y al cabo, lo que nos había ocurrido, aunque en un principio hubiera roto nuestras expectativas, era lo más “normal” del mundo, lo esperable: ¿qué si no en una pareja conformada por dos personas situadas en un momento evolutivo de constante cambio? ¿qué si no en la relación con una persona que el tiempo y el cúmulo de experiencias se empeñaba en mostrarte como difícil de casar contigo? ¿hablábamos de varones patosos y de féminas decepcionadas...? ¿intentábamos buscar consuelo ante una verdad que quizá nos obstinábamos en seguir maquillando...?

En fin... me estoy pasando para las horas que son, ¿verdad? Sobre todo cuando el cansancio acumulado de los días pasados me pasa ahora factura y yo, egoísta, no le doy respuesta.

Sin más, se despide una fémina menos atrapada :P

*Se me olvidaba! Sí, efectivamente, a nuestro querido Felipe podría venirle lo de “varón patoso” como anillo al dedo: fragilidad psicológica, escasa capacidad para asumir el liderazgo, inseguridad e indecisión, dificultad en la gestión de las relaciones de pareja... (pobre... quizá si al menos se atreviera a acercarse a Muriel...). Pero quizá tenga una esperanza: es joven, y eso se “cura”.

¿Qué pasa, entonces, con el Allen de las películas (quizá también el de la vida real)? ¿es un patoso redomado? ¿lo es en otro sentido?

Alejandro -

Hola

Qué raro que no comenté este post el año pasado. Pues como este año no escribes (tanto) pues lo comento ahora.

Cuando ensayábamos la obra de Segunda Vida, no podía dejar de pensar en este capítulo. Por ejemplo con tu papel y el de Susana, con el de Benja, no del todo.

Es un capítulo que a mi me gusta mucho, sobre todo para entrar en temas de relaciones de género, y bueno, asuntos relacionados con la masculinidad, que es un tema que me gusta mucho y nunca hay tiempo de desarrollar. Pocas veces se menciona esta lectura en las autoevaluaciones, y es algo que nunca he terminado de comprender. A mí desde luego me encanta, da que pensar. Por ejemplo, el arquetipo de Felipe que tanto le gusta a David, ¿es un varón patoso? Y si comparamos a Woody Allen con Bogart (como hacía también hace poco David) estamos ante lo mismo. Pero es lo mismo si comparamos las imágenes de los galanes del cine de hace unos 30-40 años, comparados con los actuales, no se pueden comparar. El hombre patoso es patoso en parte por el excesivo valor que se le da también a la juventud, esa enfermedad que se cura con el tiempo, que decía alguien que no recuerdo ahora.
Bueno, un tema interesante, claro que sí. Y de la fémina decepcionada que ha caído en la trampa de la sociedad masculina del trabajo, ja ... hablamos otro día.

Chao

Alejandro