Blogia
Gloria

PERSONAL

En transición

        

La primera de las imágenes es la Avenue de Clichy (1887), de Louis Anquetin; la segunda, probablemente más conocida, es la Terrasse du café le soir, Place du forum, Arles (1888), de Vincent van Gogh. Dicen que van Gogh se inspiró en su amigo Anquetin.

Sin entender mucho, se aprecian similitudes, también se aprecian diferencias.

Sin querer extenderme mucho, pero sintiéndome muy agradecida por todo lo que este espacio ha supuesto para mí, doy la bienvenida a otro, seguro que similar y seguro que diferente.

Hipérbaton evolutivo

Hipérbaton evolutivo

No te creas todo lo que te dicen, tampoco todo lo que ves, tampoco todo lo que infieres de lo que te dicen ni de lo que ves, porque jamás, jamás, estarás  en lo cierto. Lo que no ves, lo que no oyes, o lo que no te gusta ver ni oír, también cuenta. Y lo que oyes y ves cuenta de la manera en que tú quieras y hasta donde tú quieras, también de la manera y hasta donde el otro considere.

Así pues, nos encontramos en un laberinto lleno de significados a la caza y captura del otro, a veces solapados, a veces encontrados, a veces peleados. Dicen que cuando se empieza no hay marcha atrás. Yo digo que cuando empiezas a jugar, a veces puedes pasar a ser juguete. Y ser un juguete, aunque en principio no agrade, puede ser lo más conveniente, lo más útil y lo más “merecido”.

Cuando no te guste algo, cuando de hecho rehúyas de ello sin mucho fundamento, o con demasiado, párate a pensar, porque a lo mejor te gusta pero no lo hace del mismo modo esa parte de ti que quiere formar parte de un reflejo anhelado.

Cuando te sientas descolocado, no te reprimas, no sonrías y respires profundamente queriendo convencerte de lo afortunado que eres por estar inmerso en un proceso de cambio del que saldrás reforzado. Puedes enfurecerte, entristecerte, dudar de ti mismo, querer volver a otros tiempos y a otras formas.

¿Y sabes qué? aunque no es el “absurdo tiempo” que  a veces nos desean el que pondrá las cosas en su sitio, aunque las metáforas, como la anterior, como todas las que plagan este  texto, nos hagan engancharnos en dolorosos procesos, son esos procesos, que inevitablemente se desarrollarán en el tiempo (y por favor, no me preguntes qué es el tiempo, no estoy para eso) los que nos conducirán a algo que probablemente no será lo que era.

Cuando leas esto, no te eches una reprimenda a tí mismo porque de nada  sirve dar consejos ni sermones (“¿por qué no proporcionar un espacio abierto donde explorar y dar cabida a las preguntas sin respuestas?”, se oye a lo lejos). Esto es lo que te sale hacer ahora, y ponerle diques te hará más daño que aparentar ser otro y tener otras habilidades, otro alcance que alguien, a quien no querías defraudar, creyó leer en tí un día.

Parece que eres más “humano” de lo que querías ver. Parece que las emociones más primarias son capaces de tumbarte. Qué ridículo podrás parecer si lo confiesas, pero qué suerte que te estés dando cuenta de lo que pasa. Esto ya te ha ocurrido antes, pero pudiste maquillarlo  y que tu percepción no se viera dañada; ahora vuelves, con más años pero las mismas estrategias, a hacerlo y a sentir sus consecuencias.

Qué complicado puede ser ir desempolvando el camino recorrido y ser consciente de cómo te movías y aún te sigues moviendo, de tus ritmos preferidos y de los terrenos más transitados, de tus diferentes saludos a los transeúntes, de las miserias que escondes.

Cada uno percibe en ti algo diferente, y tú te preguntas qué parte de realidad (sí, ahora puedes preguntarte qué es la realidad) respalda los retratos que elaboraron. A veces te empeñabas en cambiárselos, explícitamente, otras parecían agradarte algo más aunque, seamos honestos,  la conformidad plena brillaba por su ausencia.

No te centras, estás inquieto, no te gustas así, pero sobre todo no te gusta el por qué de estar así. Lo sentimos, pero… “te toca”, vas a pasar por ahí,  prepárate: ¿quieres aprender algo de todo esto?

El muro de Isaac I

El muro de Isaac I

Se oyen unas pisadas aceleradas, se muestra en imagen hojarasca otoñal sobre adoquines grises, con restos de lluvia. Unos pies en deportivas algo viejas van avanzando. Parece no haber mundo alrededor, pero los sonidos internos se hacen más intensos: el roce de la ropa, al compás del movimiento corporal, los latidos, que se atropellan, una respiración que se entrecorta.

Isaac es moreno, alto, de piel clara y mirada translúcida. Se siente empapado, más por el sudor que por la llovizna de una oscura tarde de domingo, que se choca contra su chubasquero y crea pequeños regueros que le resbalan desde la frente a la barbilla, sobre unas mejillas ya algo enrojecidas. Se muerde el labio. Últimamente le gusta sentirse así, le gusta magnificar lo que experimenta en cada momento, le gusta meterse en el papel de héroe romántico determinado por su sino. Ya se está viendo desde fuera, como en una película, y sabe que con la banda sonora apropiada, su aspecto y el contexto se confabularán para crear una imagen que conmueva al más duro de los espectadores.

No ha sido capaz. Otra vez. No ha entrado en el bar del final de la calle, ese donde se reúnen algunos de los compañeros del instituto los viernes por la noche.

Ayer tampoco fue capaz. No le dio las gracias al conductor del autobús cuando, como otras veces, paró a medio camino para recogerle al verle correr.

El domingo, en la comida familiar, tampoco fue capaz. Quiso sonreír a su abuelo cuando este le dijo, afable, que ya era hora de que se comprara una maquinilla de afeitar; en lugar de eso, farfulló algo mientras agachaba la cabeza.  Quiso jugar con su prima pequeña, que, inconcebiblemente, y tras el poco éxito obtenido en pasadas ocasiones, tironeaba de su chaqueta para que jugara con él; en lugar de eso, le dio un leve empujón y se marchó a la terraza. Quiso mirar a la cara a su tío mientras le repetía, de nuevo, que tenía que dejar de ser tan hosco y salir a emborracharse con los demás chicos; en lugar de eso, volvió a morderse al labio con fuerza, única muestra física de frustración y cabreo que se permitía ante los otros; ridículo, ¿no? Sobre todo cuando los otros parecían no advertirlo, sobre todo cuando  a él, para lo único que le servía era para sufrir un momentáneo dolor físico que, al contrario de lo que esperaba, no actuaba de catártico anestesiante.

Muchos años de “no ser capaz” se acumulan, y a Isaac le pesan. Muchos años de fantasear y no hacer, mucho trabajo para construir una sólida vida en su mente, porque en la real no tiene las agallas (ese término le parece de gran impacto poético)  suficientes para hacerlo. Quieras que no, es un arduo trabajo. Fingir que no sientes, que no hay momentos que te hacen feliz, que no te interesa lo que te rodea, que tampoco odias. En definitiva, que eres un ser insensible hecho a sí mismo, que comenzó a preocupar a unos padres que, tras unos cuantos intentos de rigor, lo suficientes como para quitarse la posible culpa, dejaron pasar el tema. Esto no hizo sino dar más facilidades a Isaac para que siguiera empleando cemento armado para separarse de los demás y… de él mismo. Primero fueron los muros de su habitación, ahora ya no necesitaba recurrir al amparo de un espacio físico acotado, acotaba el impacto de lo externo en él, allá donde estuviera, y cada vez más automáticamente.

Eso había ocurrido desde que él recordaba hasta ahora, cuando el rol de tío duro e impasible, que parece estar aquí de paso, había comenzado a difuminarse. Es ahí donde apareció el que, según él, era el Don Álvaro del duque de Rivas, con la diferencia de que, si bien él, como este, podía verse determinado por un destino no elegido, Isaac no parecía tener mucha intención, aunque inútil, de cambiar las cosas, de luchar a pesar de los pesares. Estar quieto había sido una elección por demasiado tiempo y, aunque ciertas pulsiones intentaban modificar el rumbo, no eran lo suficientemente fuertes.

¡Qué frío! Aunque insensible, eso sí lo siente. No se ha abrigado apenas y ya son las tres de la mañana. Probablemente lleva más de una hora caminando sin rumbo, y le parece que es hora de volver a casa, aunque no por sus padres. Hace tiempo que no se preocupan por sus idas y venidas, ni controlan su hora de llegada, ni preguntan con quién sale, probablemente porque no quieren oír que se dedica a vagar por el barrio sin compañía.

En realidad, le da lo mismo estar en la calle que tumbado en el suelo de la habitación, entre la cama y el escritorio, donde más horas ha pasado en los últimos tiempos.

(continuará)

Para tener presente

Para tener presente

¿Quién soy? ¿Adónde voy? ¿Con quién?

Tres desafíos, tres caminos, tres preguntas para contestar en ese riguroso orden.

Para evitar la tentación de dejar que sea quien está conmigo el que termine decidiendo adónde voy.

Para evitar caer en el error de definir quién soy a partir de quien me acompaña.

Para no pretender definir mi rumbo desde lo que veo del tuyo.

Para no permitir que nadie quiera definirme en función del rumbo que elijo y mucho menos confundir lo que soy con esta parte del camino que voy recorriendo.

Jorge Bucay (2008)

Carta

Carta

Me llamo Laura.

Mi último año ha estado cargadito.

Hace poco me planteaban, a grandes rasgos, lo siguiente:

“Estás a punto de casarte con el chico con el que llevas años cuando aparece otro que te llama la atención, bastante. ¿Qué haces, sigues adelante con esa vida de certezas junto a esa persona que ya pareces conocer completamente y a quien amas o te lanzas al vacío, abandonándolo todo arrastrada por esa nueva atracción?”

Rápido, quizá demasiado (porque las cosas no son tan simples como parecen, bien lo sé yo) me decanté por lo segundo, pues lo que podríamos llamar un fobia a experimentar la sensación de asfixia, trampa o cárcel personal me lleva persiguiendo un tiempo.

Más tarde, me di cuenta de que la metáfora planteada por mi “amigo” se quedaba “corta”: por difícil que fuera la elección... ésta al menos estaba compuesta de dos opciones reales, palpables, físicas (¡dos hombres, ni más ni menos!). ¿Y qué si la elección estuviera entre tu amante y devoto novio de años y la más gris incertidumbre? ¿Y qué si te estuvieras debatiendo entre la seguridad de una relación bien cultivada y la inexistencia cercana de cualquier tipo de vínculo amoroso? ¿No es esto más complejo...? ¿No se usa a diario la “intercambiabilidad” a la hora de transitar por las relaciones? “¡Pero mira qué eres tonta Laura...! ¡dejarle porque... ya no sientes exactamente lo mismo...! si todavía hubieras conocido a alguien mejor bueno, Laura, pero así...”. Esto nadie me lo dijo. No se atrevían. Les habría fulminado. Sin embargo, probablemente algunos lo pensaron, porque a algunos se lo oí decir aplicado a situaciones similares...

En fin... que a Jorge, finalmente, le dejé, por mal que lo pasara. A curarse.

Pero tras lo de Jorge vinieron... “otros”... y yo... por mucho que me las quisiera dar de “moderna”... aún no concebía la poligamia como posibilidad (“tu amor, si es verdadero amor, se lo darás sólo a uno; no porque es lo que debas, sino porque es así como es, indefectible e inevitablemente, cuando tienes la fortuna de encontrarlo”). ¿Limitaciones? Sí. ¿Perjudiciales? Tal vez. ¿Modificables? Puede ser.

En fin... llevaba tiempo sin escribir, y aunque entre las explicaciones que hoy le intentaba dar (y me intentaba dar) a otro habitante de la virtualidad se encontraban algunas como la... pereza, la dedicación a otras actividades o la “falta de inspiración” (algo de eso había)... al cabo del rato me he dado cuenta de que también había algo de... vergüenza.

-          ¿Vergüenza a estas alturas?

-          Sí, a estas alturas. Precisamente a estas alturas.

¿No me había desnudado ya cuando en esa ducha, sin pudores, dejaba que todos vieran como intentaba, torpemente, que el agua sobre la espalda borrara las marcas de la impotencia? ¿No me había destapado ya cuando confesaba mis más íntimas miserias  tras una situación que me dejó tocada?

Igual no. Igual no demasiado. O igual estaba abrigada por un contexto que parecía facilitarme las cosas, por un motivo que daba sentido a esos escritos que ahora no sé bien que eran: si confesiones, si llamadas, si intentos de búsqueda...

Ahora... ¿ya estoy fuera de ese contexto que comenzó como algo con límites formales y cada vez fue desvirtuándose más?

Pero... qué ironía... ¿no me doy cuenta de que esa formalidad que comenzó por dar razón a mis expediciones en la red dejó de serlo hace mucho? ¿Qué pasa, que ahora llega una etapa nueva, que me produce, aunque gran ilusión, ciertos temores e insomnio y ya no puedo pertenecer a la otra? ¿Estoy en tierra de nadie? ¿O es que ya he elegido otra tierra desde la que ya no tiene sentido escribir?

¿Con quién me caso? Pero... ¿me caso? Si es que... ¡yo no me quiero casar! Los dos tienen... ¡agh!

-          Laura... está claro, tu problema digo... ya lo decía él...

Aún oigo su voz, normalmente aterciopalada pero teñida entonces por la crispación...

-          “Analiza, analiza, analiza...”

Al descorche

Questioning

 

The truth is kept secret

swept under the rug

if you never know truth

then you never know love.

Que nadie duerma...

 

Tras dos hermosos regalos en forma de ópera... aquí queda "Nessun dorma", un aria de la ópera de "Turandot", de Giacomo Puccini.

No sé que tiene, no sé porque hace que se me encoja algo por dentro, que vibre, no sé porque estoy llorando "como una tonta" delante de la pantalla.

Un salón de ópera precioso, cuidadosamente iluminado. No hay público. En la platea, los músicos. Los violines suaves y él delante, en medio, de etiqueta, sintiéndolo.


¿Y... quién es él...?

Él es Paul Potts, un bonachón vendedor de móviles británico que se presentó a un programa "cazatalentos" porque... creía que tenía algo que ofrecer. Tras las escépticas expresiones del jurado, que no esperaba nada de un "hombre de la calle" que pretendía cantar ópera, ni más ni menos, todos los presentes quedaron conmocionados, como yo me quedo cada vez que lo veo.

Atención a cómo van cambiando las caras de jurado y público; atención al momento de mayor apogeo; atención a las lágrimas de la gente...