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Gloria

PERSONAL

I´ve a bunch of secrets you will never know

Las tres de la tarde, mucho calor, una sensación de prisa es la que me mueve. He llegado hace poco a casa, he comido rápido, revisión al correo,  ni me he peinado cuando ya estoy cogiendo de nuevo el bolso. Vuelvo a por las gafas de sol y, una vez en mi poder, me las calo bien.

Con movimientos rápidos, me monto en el coche, dejo el tocho de carpetas y apuntes que llevo (más de los necesarios) en el asiento de copiloto, pongo el casette y... el CD ya está dentro, listo. Es el mismo últimamente. Abro las ventanillas y, con los primeros acordes, arranco trepidante. Aunque estoy en ciudad, voy más rápido de lo que debería, por el carril de la izquierda, mostrando un absurdo enfado si algún despistado, o relajado conductor, hace que avance más despacio. Pelo al viento, supongo que expresión concentrada...

Cuando he dejado atrás el paso de cebra que conecta la Calle Libreros con Cuatro Caños  vuelvo a poner la misma canción, la primera, la subo un poquito más. Quedan unos tres minutos para que llegue a la facultad y quiero que suene esa.

Demasiado rápido, entro en la calle del parking y me meto en él, maniobrando para no dejarme los bajos en el irregular terreno. Paro, apago el motor y... tengo que apagar la música, ya he llegado. Silencio, vuelvo a la realidad.

Cuando me doy cuenta de lo que ha pasado, me río: sin duda, soy una fitipaldi más, pero... a pesar de lo paradójico, me siento liberada. ¿Quién dice que a momentos de estrés música clásica...?

 

Encajando

Encajando

No era tan fácil como parecía, y es que...  al contrario de lo que es habitual en esto de los puzzles... no tenía una muestra en la que fijarme, lo que me ha hecho pensar en el por qué de la muestra y en lo que corta la iniciativa y exploración del “buscador” de piezas  el hecho de tener una pauta que irremediablemente se consulta. Pero bueno... quién soy yo para cuestionar una larguísima historia en lo que a estos “pasatiempos” respecta...

La cosa es que llevaba mirando el botecito de cristal que tanta ilusión me hizo recibir ni se sabe cuánto tiempo. Lo tengo en el escritorio, junto a un par de velas, un búho de la suerte traído de Comillas por una de mis amigas, un vaso de cerveza Guiness que rescaté en Dublín y que ahora sirve de cobijo a un clavel algo marchito y montones de utensilios con los que organizar mi vida académica.

Tarde de de domingo, peculiar tiempo atmosférico; termino de colgar un post cuyo fin se había prolongado exageradamente en el tiempo y... me digo: “Gloria, ahora o nunca”. Despejo la mesa de operaciones y vuelco las piezas sobre ella. Le doy la vuelta a todas y sonrío recordando parte de mi infancia, recordando la vez en que “me pasé de lista” y pedí para Reyes uno de tropecientas piezas que... para mi sorpresa e inicial desasosiego, fue de tropecientas al cuadrado (estos Reyes... qué avispados) pero que finalmente terminé por hacer...

Ante mis ojos se encuentran más de cien piezas de tonalidades tremendamente parecidas. Opto por la estrategia más lógica y efectiva, dado que estoy perdida por completo: busco las de los bordes y, así, poquito a poco, las voy uniendo. No tengo ni idea de la forma de la estructura final: ¿será cuadrada? ¿rectangular? Si es rectangular... ¿tendré que situarla en posición horizontal o en posición vertical? ¿qué dibujo (si es que existe tal) aparecerá cuando lo termine...?

He perdido la noción del tiempo y aunque al final estaba algo cansada... no he podido parar. A veces soy un poco así: si empiezo algo... lo acabo, más si es algo como esto, un pequeño tesorito que, según quien me lo regaló, simulaba, de alguna manera, el tipo de relación que se había establecido entre nosotras y/o entre aquellos bloggeros que, a lo largo de este tiempo, habíamos ido intimando y construyendo juntos.

Ahora, y estrictamente hablando, yo estaba construyendo, formando o encajando algo sola, de manera individual, pero en el proceso recordaba las muchas veces en que, a base de lecturas y comentarios, asociaciones y conexiones, relecturas, más comentarios, charlas en persona, experiencias cotidianas... me había visto inmersa en un proceso de creación conjunta.

Qué placer cuándo las cosas encajan. También cuando no encajan, porque te preguntas por qué y, si estás motivado, le buscas las vueltas. También incluso cuando no encajan e intuyes  que probablemente no encajarán... ¿pero no es un logro ya darse cuenta?

Yo, por mi parte, he sentido que contigo, como con aquellos seres especiales que he tenido el placer de toparme en una red plagada de palabras... encajo.

Muchas gracias.

 

P.D.: Ah!  ojo al dibujo final.

Hay un mensaje: “You did your best!”

Y una imagen: un pequeño hombre subido a una alta escalera que, con un altavoz, habla a una oreja de tamaño descomunal.

Este pequeño hombre le dice a alguien que lo hizo lo mejor posible ¿por qué? ¿porque no lo oye, no se da cuenta, ensimismado en otras cosas? ¿porque no se lo cree, atrapado en una madeja de inseguridades? ¿porque a veces reconforta que alguien que te aprecia te valore?

A mí sólo me queda decir que... you DO your best.

Expectativas

Expectativas

Abro la puerta, echo un vistazo general y busco un sitio donde sentarme. Una melodía de fondo. Dejo el bolso en el suelo, me quito el abrigo, saco la carpeta y de ella un folio, también un bolígrafo con el que escribir. Me recoloco el pañuelo que llevo al cuello, doy un par de sorbos de la botella de agua.

Intercambio comentarios y unas cuantas risas con unos compañeros que ya conozco.

Miro al frente: allí está Alejandro, traqueteando en el ordenador. No sé si preparando algo para la clase o dándonos tiempo, quizá también dándose tiempo...

Estoy inquietamente feliz o felizmente inquieta.

 

“Alumnos con expectativas” era lo que esperaba tener. Y... supongo que no se equivoca.

 

Pero... ¿qué expectativas? ¿pueden identificarse? ¿definirse? ¿delimitarse claramente?

 

A la pregunta de si todos tenemos las mismas, un guiño rápido nos dice que no: cada uno tiene razones diferentes para estar aquí. El abanico de motivos recorre un continuo desde los más pragmáticos hasta los más existenciales.

Hay quien busca completar una trilogía, hay quien busca completar un número de créditos... Al menos... todos buscamos algo.

 

Yo no sé concretar qué busco o qué espero.

Por un lado me gusta no tener expectativas cerradas, lo que me asegurará no llevarme una decepción.  Por otro lado, sé que, aunque no explicitadas, las que tengo son muy altas. Y no se centran precisamente, y aunque parezca extraño, en el contenido alrededor del cual, en un principio, girarán las sesiones que, a partir de ahora, compartiremos en estas dos asignaturas. Recordando lo que hemos estado hablando la pasada semana... se centran más en el “cómo” que en el “qué”, quizá también en el “por qué” del “cómo”, porque tengo la certeza de que lo que aquí hagamos me asegurará momentos de cuestionamiento (¿responderemos?), de incertidumbre (¿gestionaremos?), de búsqueda (¿encontraremos?)... y “sólo” con eso... ya estoy más que satisfecha.

Los colores que nos componen

Los colores que nos componen

Es curioso cómo lo que comenzó como un blog aparentemente académico (aunque en su evolución y, afortunadamente, lo "académico" en el sentido más tradicional se fue quedando por el camino ) pasó a ser más personal, y cómo de lo personal puede volver a lo anterior...

También es curioso cómo cada vez me doy más cuenta de que no podemos disociar los planos que nos componen.

De ahí esa espiral, que para mí supone la continua evolución e interrelación; de ahí la multiplicidad de colores, que muestran las pequeñas parcelitas que hay en nosotros y que, juntas, forman un todo.

Carta a Jorge (III): en paz

Carta a Jorge (III): en paz

Han pasado poco más de dos meses desde la última vez que nos vimos, y entre nosotros... sólo ha mediado este contacto virtual que ahora toma la forma de una sexta carta.

Sin embargo, siento que han pasado años y que este frío invierno se ha desdoblado en varios, eternos pero cargados de momentos de sabia introspección.

 

Jorge, tú has optado por pasar un tiempo en esa isla donde dices muchos han ido por amor y otros... por miedo a él. Yo... también pensé en desaparecer, y he viajado.

 

A algunas personas les da miedo la soledad, y buscan siempre calor humano a su alrededor. Yo disfruto mucho de la compañía, pero en los últimos tiempos he empezando a disfrutar también de la calma que te proporciona estar sola en una estancia, en una casa... sin necesidad de intercambiar fórmulas de cortesía con aquellos con los que te topas cuando lo que en realidad deseas es estar contigo misma.

 

Apreciar un paisaje lleno de vida vegetal y animal pero sin compañía humana, caminando a diferentes ritmos, contemplando algo que te llama la atención o quizá buscando, con la mirada perdida, algo más allá, no perceptible por los sentidos.

 

No eché de menos a nadie. No necesitaba nada más.

Y es así como me di cuenta de que, a pesar de que no lo aceptaba, soy “fuerte”. Superé los días en que parecía haber perdido el sentido de la realidad, en que no era capaz de desarrollar un pensamiento coherente alejado de lo que entonces consideraba el centro de  mi mundo.

 

Al principio me sentía enormemente culpable por terminar algo que, al parecer, si yo hubiera querido, se habría prolongado indefinida y felizmente. Recordaba a nuestros conocidos diciendo que hacíamos una pareja estupenda, que se nos veía tan bien juntos... recordaba la envidia en la cara de algunos cuando agarrados, paseábamos por la calle, vistiendo el silencio de carcajadas, recordaba tu sonrisa reconfortante mientras, levantando mi barbilla para que te mirara, me secabas las lágrimas cuando mis pequeñas  tonterías me hacían estallar, recordaba tu preocupación en la sala de espera cuando aquella noche me ingresaron de urgencias, recordaba el momento en que algo empezó a palpitar dentro de nosotros cuando, sentados uno junto al otro en un viejo sillón de hotel al amanecer, nos sorprendió una felicidad desbordante...

 

Sin embargo, poco a poco, estoy aprendiendo a disociar nuestra historia de la desgracia, estoy empezando a convivir con los recuerdos sin convertirlos en dramas, estoy atreviéndome a pensarte... esta vez sin miedo.

 

Cuando era pequeña, mi madre me decía que había diferentes tipos de amor y yo... no terminaba de entenderlo.  Ahora, experimentando este cambio de piel, sé lo que quería decir.

 

Ahora sé que no voy a dejar de amarte, Jorge, aunque no lo haga de la misma forma que antes. Ahora sé que podría volver a mirarte a la cara sin derrumbarme, porque yo ya me he perdonado, porque estoy limpia, porque huyendo de las normas sociales que a menudo nos coartan, he aceptado que incluso las historias más bonitas pueden terminar. Y... con una asombrosa certeza te digo que, una vez que la amargura desaparezca, podremos llegar a compartir momentos inolvidables, que podremos empezar otra historia, diferente pero también nuestra.

 

Yo te espero.

 

 

Y esta... es la banda sonora de mi momento.

 

Escribiendo mi historia

Escribiendo mi historia

La era digital en que vivo hace que mis ideas se plasmen mejor a través de las pulsiones de las yemas de los dedos. Aún así, escribo a mano, acompasando mis movimientos con el traqueteo del coche, sobre un trozo de papel usado cuyo dorso rescato.

 

Música de fondo: un recopilatorio de “Presuntos Implicados”.

Diferentes frases en la voz de Soledad Giménez que llaman mi atención: “cada paso que se dio, algo más nos alejó...”, “es una historia del mañana...”, “voy a esperarte, con el alma llena de empeños, y el sabor que tienen los sueños...”

 

El vuelo de un pájaro entre la gris nebulosa.

La nieve cubre los surcos del arado en tierras yermas.

Dejamos atrás un pueblo llamado “Trembleque”.

A mi izquierda me llama la atención un cartel que reza así: “Vendo bodega: facilidades”.

 

Me hago consciente, por primera vez desde hace mucho, del contenido de las letras, saboreando la combinación de palabras, aderezadas con una melodía que a veces me hace efervescer y, otras, anhelar el retiro.

 

Muchas hablan del amor: uno que vuelve, otro que se ha mantenido cerca, siempre a punto, uno que comienza con el nacimiento (“por él me despliego como una rosa...”).

 

Un viaje largo en el que, raramente, se me han acabado las cosas que hacer: tareas, lecturas...  No me queda otra: contemplar el paisaje.

 

Suena “La mujer que mueve el mundo”: conozco a algunas mujeres capaces de moverlo.

 

Un comentario irónico de mi madre sobre uno de los mensajes en los paneles informativos de tráfico de la autovía. Me río: yo había pensado lo mismo.

 

En mitad de la canción (y de esta especie de trance creativo), mi padre para la música y pone la radio para buscar algo que le interesa.

 

Quiero seguir escuchando música: le pido el MP3 a mi hermana.

De repente, suena Black Eyed Peas. Me recuerda a noches de discoteca del pasado verano. De repente el ritmo y la percepción cambian: decenas de imágenes en un par de segundos, y una disposición diferente.

 

Mi hermana, estudiando a mi lado, me da un leve toque en el brazo. Presuntos Implicados suena de nuevo.

 

Una canción que me encanta. Soledad presenta a su acompañante, “Miss Randy Crawford”, del mundo del jazz y del rhythm and blues.

“You´re a dream coming true...”: una combinación de voces extraordinarias.

¿En quién piensan estas mujeres cuando cantan? ¿en sus actuales parejas? ¿en historias inquebrantables de la juventud? ¿o en ideales que posiblemente se mantendrán en ese mundo de “lo no acontecido”?

“Y apago la luz... para verte... mejor...”. ¿Quién necesita luces cuando la llama está dentro nuestra?

Aplausos finales.

 

En el intervalo entre una canción y otra echo la vista a la derecha: estamos adelantando una hilera de camiones. “Hay trafiquito”, apunta mi hermana.

 

Empieza “Alma de Blues”, buena para contemplar.

Canto gesticulando demasiado. No importa, estoy al amparo de indiscretas miradas.

 

Me pregunto si otro tipo de canciones supondría un caldo de cultivo propicio para escribir, sugiriendo ideas que se van entrelazando sin pausa. Quizá sí... pero se desarrollarían por otros derroteros.... ¿qué pasaría si hubiera seguido escuchando “I gotta feeling”?

 

Oigo: “lluvia en silencio...”. Me recuerda al “llover sobre mojado” y a la película “La lengua de las mariposas”, en la que el maestro recibe como explicación al fragmento de un poema este “idiom”. ¿Sabría el muchacho, después, explicar el significado de este?

 

Un clásico: “Esperaré”. Qué difícil se hace a veces esperar, sin saber si efectivamente lo anhelado llegará, más siendo impaciente y teniendo tantas ganas de disfrutar de las cosas en el momento, también cuando sabes que muchas veces ese ímpetu inicial se gasta demasiado pronto; más valdría tener templanza...

 

Enorme mole de los edificios del “Pocero” a mi izquierda: una ciudad fantasma. ¿Dónde viviré yo...? en un sitio así... no me gustaría.

 

“Esperaré a que me pidas que no me separé de ti...” esto me recuerda a la actitud de Bella Swan, que vive una historia de amor... no demasiado sana, en la que ella no se ve merecedora de lo mismo que le da el otro... ¿por qué?

 

Mi hermana ha aguantado mucho: a pesar de que está suave, pide a mi padre que baje el volumen de la música y éste para el CD. Vuelvo a Black Eyed Peas: mira por donde, ahora sabré que me sugieren su canción...

Empiezo a moverme compulsivamente en mi asiento, al ritmo del "let´s do it", "let´s do it", "let´s do it"... "Tonight is gonna be a good night". Pasa un Seat por la izquierda, cruzo la mirada con el conductor, un chico joven que va hablando con el que podría ser su padre. El siguiente coche, al que esta vez adelantamos (por la derecha, ¿se puede hacer eso?) alberga a una pareja. La chica, con abrigo y bufanda, va leyendo lo que parece ser un catálogo. Si yo ojeo/hojeo un catálogo, lo suelo hacer mientras como, normalmente cuando como sola, será porque me gusta hacer dos cosas a la vez.

 

Se me termina la hoja reutilizada en la que escribía, ¡mierda! Busco ansiosa otra en la carpeta. Finalmente encuentro un pedazo.

 

Suena una nueva:“Boom boom boom...”. Esto es demasiado; también discotequera pero demasiado (“Put your hands in the air!”). Paso de canción.

 

“Cuando estás... ya no están los demás...”: Bebe,  ¡qué variedad!

“Perdida, en el sofá de mi cuarto...”. Cuántas veces he estado yo en el sillón de mi cuarto... Me veo en una posición concreta: manta azul encima, lectura o apuntes entre manos, piernas colgando por encima del brazo.

“Cuando te vas... tengo ganas de llorar...”, ¿otra Bella Swan?

 

Paso de canción.

 

“Siete horas...”, otra de Bebe, ¡qué ritmito...! me imagino en una playita de arena blanca, daikiri en mano. Hace casi tres años en Punta Cana, contemplando a mis amigas embadurnándose en aceite de coco (muy bueno para las quemaduras solares), agua cristalina...

 

“Me levanto, no siento, me concentro...”. Parece una canción de Shakira, qué rapidez (“un terrón de sal, un rayo de sol, que donde digas que tú quieres que yo vaya voy, eres mi decir, mi país feliz, mi primavera, mi escalera al cielo, sí”). Así es como yo hablo muchas veces.

Cuando tenía cuatro y cinco años tuve una profesora, Pepi, que le explicó a mi madre que algunos niños cometían errores en la lectura por su rapidez: invención de palabras nuevas por atropellamiento. A lo mejor así también se pueden inventar ideas, por torbellinos sin orden...

 

Paso: mucha Bebe.

 

ECDL (“El Canto del Loco”, como ahora les llaman en las revistas de adolescentes).

“Y qué caro es el tiempo que me pone contra la pared...”. A mí a veces me pone justo ahí, y a veces me da miedo... ¿qué pasará cuando en lugar de veinticuatro, las velas de mi tarta anuncien cincuenta...?

Miro por la ventana: atardece.

No quiero que los cincuenta, ni tampoco los setenta, supongan mi atardecer.

A los setenta intentaré volver a leer esto. A veces me propongo cosas así... me pregunto qué sensaciones me abordarán entonces.

 

¡Guaaaa! canción de las que te hacen saltar: fue la banda sonora de finales de mi segundo de bachillerato, cuando desesperada tras horas de estudio, bailaba ante el espejo de mi habitación, pura liberación. “Foto en blanco y negro”.

 

Otra canción: madre mía, de esta tengo material grabado de mis bailes catárticos...

 

Paso de canción, paso, paso, paso, paso, paso, paso, paso, paso, paso.

 

Quiero terminar con una canción de otro grupo. Acabamos de pasar bajo un cartel que señala “Alcalá, Zaragoza”: queda poco para llegar. Por suerte, me queda aún espacio en el papel...

 

Paso de canción, paso, paso, paso, paso, paso, paso.

 

No puede ser, siguen siendo ellos, pero es una buena canción: sólo voz y guitarra. Los recuerdos mágicos podrían tener una banda sonora como esta...

Y me pregunto qué sería de la vida sin bandas sonoras. Imagino una película sin un ápice de música... no sé...

 

Hora y media escribiendo gracias a este juego: jugar con la palabra escrita gracias a la palabra hablada (o cantada).

 

Metáfora

Metáfora

Un explorador me dijo hace tiempo que había ocasiones en que no podía evitar que las metáforas salieran a borbotones mientras hablaba.

El lenguaje, don del ser humano, tiene como fin primigenio el de facilitar la comunicación, pero esta comunicación puede ser un diamante en bruto o... algo más... en manos del joyero queda.  Puede que vaya en cuestión de exigencias o de “conformismos”... simplificando puede que simplemente sea cuestión de atracción, de gustos... 

Es curioso cómo, en ocasiones, nos resulta más fácil (y sin duda, también más placentero) recurrir a asociaciones, a un lenguaje figurativo de significados implícitos, a la hora de expresarnos. Hay cosas que yo no sabría decir sin echar mano de este recurso que suele estar incluido en algún apartado del libro de lengua de  primaria pero que creo se aprende a usar a base del juego, del disfrute, de la magia de las palabras... 

El otro día leía lo siguiente sobre el narrador catalán Màrius Serra: “De pequeño se cayó en una marmita llena de sopa de letras, de modo que se ha especializado en el jugar del vocablo”. Qué bonita forma de describir a un “virtuoso” del lenguaje...

Estaba  buscando una metáfora para dar la bienvenida al año, o para describir lo que sentía ahora mismo con respecto a su comienzo, al futuro... cuando me he dado cuenta de que precisamente el origen del término puede definirlo perfectamente.

Metáfora:  del griego metá o metastas, “más allá de”, y phorein, “pasar, llevar”.

Eso es lo que quiero para el nuevo año, y para los venideros: “Ir más allá”,  “Dejarme llevar más allá”...

Carta a Jorge (II): Sintiendo los sufrimientos

Carta a Jorge (II): Sintiendo los sufrimientos

Jorge,

 

yo tampoco antepongo un calificativo a tu nombre,  no porque no se me ocurran varios, sino porque, en el punto en el que nos encontramos no me gustaría que, y probablemente con sentido desde tu perspectiva, me tacharas de hipócrita.

 

Hablo de “perspectivas” e... irremediablemente una pequeña pieza que, aunque no quiera, siempre pone en marcha el engranaje de mis pensamientos, comienza a girar suavemente, ayudada por ese aceite de salada composición que en los últimos días me acompaña más de lo que quisiera: cuando me levanto, cuando aún en bata preparo el desayuno, cuando el vapor de la ducha empaña el cristal de un espejo donde últimamente prefiero no mirarme... pero también cuando, en mitad de la noche, me despierto angustiada.

 

Me gusta creer en la existencia de la empatía, esa aliada que te ayuda a acercarte al otro de una manera tierna y limpia de prejuicios. Sin embargo... intuyo que tiene un límite. Ese límite aparece cuando, por mucho que lo desees, te topas de bruces con una incomprensible maraña de hilos que ni el más paciente de los sastres sería capaz de deshacer. Creo que  es ahí donde tú estás ahora mismo: delante de una red tan tupida que no te permite ver luz; creo que te has sentado a su lado y, frustrado, a la vez que frío, estás tocando con los dedos la más real de las desesperanzas.

Yo estoy detrás de esa maraña de hilos o... yo soy esa maraña de hilos, no estoy segura: es de ahí desde donde te contemplo, esa es mi perspectiva. La tuya... ya lo sabemos, el más atónito desconcierto y sinsentido.

 

Me hablabas de frío y también yo lo siento cuando, tras exacerbados sofocones, acabo rendida en la cama: pasividad,  pasotismo, indiferencia, la sensación de estar muy lejos de todo y de todos, el más terrible  de los dolores... aunque... la verdad es que esto no me ocurre cuando te escribo... entonces, las manos me tiemblan y las sienes me palpitan.

 

Si percibiste ambigüedad en mi pasada carta... no te culpo, quizá es ambiguo todo lo que me está ocurriendo últimamente, pero bien sabes que, en las cosas importantes, necesito certezas, verdades sin ángulos oscuros, y... te confieso que las que hasta ahora había creído poseer... empezaron a desdibujarse vertiginosamente, apareciendo así una carroñera inseguridad que me rondaba y mantenía en vilo día y noche.

 

Jorge.. piensa, repiensa, reflexiona... pero por favor, no te sientas como un idiota. A pesar de nuestras pasadas discusiones, mis frustraciones y rabietas... es ahora cuando me doy cuenta de que nunca lo has sido. Quizá la idiota he sido o esté siéndolo yo. Quizá es que nuestros mapas, aunque un día señalaron la misma ruta, ahora muestran caminos que se bifurcan. Sólo quiero que comprendas que yo no he buscado tus puntos débiles para atacarte, que no he querido chocarme contra este muro de granito.

 

Cuando hablas de ese “avatar” perfecto que quizá en su día proyectaste en mí y aunque me siento más decepcionada que nunca antes al percibir que a su vez te he decepcionado tan profundamente al mostrarme imperfecta... me doy cuenta de que ahí está  el secreto del amor y... del desamor... en esas construcciones del otro que nos hacemos y que pueden mostrarse, con el paso del tiempo, menos fieles a la realidad de lo que creíamos.

 

Quizá yo te construí, quizá tú me construiste y... durante un tiempo, disfrutamos el uno del otro en un reflejo de felicidad. Al fin y al cabo... ¿qué es la felicidad?

 

Pienso mucho, Jorge, y aunque sé que en ocasiones te cansa esa parte de mí... siento necesidad de compartirlo contigo.

 

Ojalá tú quieras compartir algo, lo que sea y cuando sea, conmigo.

 

Laura.