La era digital en que vivo hace que mis ideas se plasmen mejor a través de las pulsiones de las yemas de los dedos. Aún así, escribo a mano, acompasando mis movimientos con el traqueteo del coche, sobre un trozo de papel usado cuyo dorso rescato.
Música de fondo: un recopilatorio de “Presuntos Implicados”.
Diferentes frases en la voz de Soledad Giménez que llaman mi atención: “cada paso que se dio, algo más nos alejó...”, “es una historia del mañana...”, “voy a esperarte, con el alma llena de empeños, y el sabor que tienen los sueños...”
El vuelo de un pájaro entre la gris nebulosa.
La nieve cubre los surcos del arado en tierras yermas.
Dejamos atrás un pueblo llamado “Trembleque”.
A mi izquierda me llama la atención un cartel que reza así: “Vendo bodega: facilidades”.
Me hago consciente, por primera vez desde hace mucho, del contenido de las letras, saboreando la combinación de palabras, aderezadas con una melodía que a veces me hace efervescer y, otras, anhelar el retiro.
Muchas hablan del amor: uno que vuelve, otro que se ha mantenido cerca, siempre a punto, uno que comienza con el nacimiento (“por él me despliego como una rosa...”).
Un viaje largo en el que, raramente, se me han acabado las cosas que hacer: tareas, lecturas... No me queda otra: contemplar el paisaje.
Suena “La mujer que mueve el mundo”: conozco a algunas mujeres capaces de moverlo.
Un comentario irónico de mi madre sobre uno de los mensajes en los paneles informativos de tráfico de la autovía. Me río: yo había pensado lo mismo.
En mitad de la canción (y de esta especie de trance creativo), mi padre para la música y pone la radio para buscar algo que le interesa.
Quiero seguir escuchando música: le pido el MP3 a mi hermana.
De repente, suena Black Eyed Peas. Me recuerda a noches de discoteca del pasado verano. De repente el ritmo y la percepción cambian: decenas de imágenes en un par de segundos, y una disposición diferente.
Mi hermana, estudiando a mi lado, me da un leve toque en el brazo. Presuntos Implicados suena de nuevo.
Una canción que me encanta. Soledad presenta a su acompañante, “Miss Randy Crawford”, del mundo del jazz y del rhythm and blues.
“You´re a dream coming true...”: una combinación de voces extraordinarias.
¿En quién piensan estas mujeres cuando cantan? ¿en sus actuales parejas? ¿en historias inquebrantables de la juventud? ¿o en ideales que posiblemente se mantendrán en ese mundo de “lo no acontecido”?
“Y apago la luz... para verte... mejor...”. ¿Quién necesita luces cuando la llama está dentro nuestra?
Aplausos finales.
En el intervalo entre una canción y otra echo la vista a la derecha: estamos adelantando una hilera de camiones. “Hay trafiquito”, apunta mi hermana.
Empieza “Alma de Blues”, buena para contemplar.
Canto gesticulando demasiado. No importa, estoy al amparo de indiscretas miradas.
Me pregunto si otro tipo de canciones supondría un caldo de cultivo propicio para escribir, sugiriendo ideas que se van entrelazando sin pausa. Quizá sí... pero se desarrollarían por otros derroteros.... ¿qué pasaría si hubiera seguido escuchando “I gotta feeling”?
Oigo: “lluvia en silencio...”. Me recuerda al “llover sobre mojado” y a la película “La lengua de las mariposas”, en la que el maestro recibe como explicación al fragmento de un poema este “idiom”. ¿Sabría el muchacho, después, explicar el significado de este?
Un clásico: “Esperaré”. Qué difícil se hace a veces esperar, sin saber si efectivamente lo anhelado llegará, más siendo impaciente y teniendo tantas ganas de disfrutar de las cosas en el momento, también cuando sabes que muchas veces ese ímpetu inicial se gasta demasiado pronto; más valdría tener templanza...
Enorme mole de los edificios del “Pocero” a mi izquierda: una ciudad fantasma. ¿Dónde viviré yo...? en un sitio así... no me gustaría.
“Esperaré a que me pidas que no me separé de ti...” esto me recuerda a la actitud de Bella Swan, que vive una historia de amor... no demasiado sana, en la que ella no se ve merecedora de lo mismo que le da el otro... ¿por qué?
Mi hermana ha aguantado mucho: a pesar de que está suave, pide a mi padre que baje el volumen de la música y éste para el CD. Vuelvo a Black Eyed Peas: mira por donde, ahora sabré que me sugieren su canción...
Empiezo a moverme compulsivamente en mi asiento, al ritmo del "let´s do it", "let´s do it", "let´s do it"... "Tonight is gonna be a good night". Pasa un Seat por la izquierda, cruzo la mirada con el conductor, un chico joven que va hablando con el que podría ser su padre. El siguiente coche, al que esta vez adelantamos (por la derecha, ¿se puede hacer eso?) alberga a una pareja. La chica, con abrigo y bufanda, va leyendo lo que parece ser un catálogo. Si yo ojeo/hojeo un catálogo, lo suelo hacer mientras como, normalmente cuando como sola, será porque me gusta hacer dos cosas a la vez.
Se me termina la hoja reutilizada en la que escribía, ¡mierda! Busco ansiosa otra en la carpeta. Finalmente encuentro un pedazo.
Suena una nueva:“Boom boom boom...”. Esto es demasiado; también discotequera pero demasiado (“Put your hands in the air!”). Paso de canción.
“Cuando estás... ya no están los demás...”: Bebe, ¡qué variedad!
“Perdida, en el sofá de mi cuarto...”. Cuántas veces he estado yo en el sillón de mi cuarto... Me veo en una posición concreta: manta azul encima, lectura o apuntes entre manos, piernas colgando por encima del brazo.
“Cuando te vas... tengo ganas de llorar...”, ¿otra Bella Swan?
Paso de canción.
“Siete horas...”, otra de Bebe, ¡qué ritmito...! me imagino en una playita de arena blanca, daikiri en mano. Hace casi tres años en Punta Cana, contemplando a mis amigas embadurnándose en aceite de coco (muy bueno para las quemaduras solares), agua cristalina...
“Me levanto, no siento, me concentro...”. Parece una canción de Shakira, qué rapidez (“un terrón de sal, un rayo de sol, que donde digas que tú quieres que yo vaya voy, eres mi decir, mi país feliz, mi primavera, mi escalera al cielo, sí”). Así es como yo hablo muchas veces.
Cuando tenía cuatro y cinco años tuve una profesora, Pepi, que le explicó a mi madre que algunos niños cometían errores en la lectura por su rapidez: invención de palabras nuevas por atropellamiento. A lo mejor así también se pueden inventar ideas, por torbellinos sin orden...
Paso: mucha Bebe.
ECDL (“El Canto del Loco”, como ahora les llaman en las revistas de adolescentes).
“Y qué caro es el tiempo que me pone contra la pared...”. A mí a veces me pone justo ahí, y a veces me da miedo... ¿qué pasará cuando en lugar de veinticuatro, las velas de mi tarta anuncien cincuenta...?
Miro por la ventana: atardece.
No quiero que los cincuenta, ni tampoco los setenta, supongan mi atardecer.
A los setenta intentaré volver a leer esto. A veces me propongo cosas así... me pregunto qué sensaciones me abordarán entonces.
¡Guaaaa! canción de las que te hacen saltar: fue la banda sonora de finales de mi segundo de bachillerato, cuando desesperada tras horas de estudio, bailaba ante el espejo de mi habitación, pura liberación. “Foto en blanco y negro”.
Otra canción: madre mía, de esta tengo material grabado de mis bailes catárticos...
Paso de canción, paso, paso, paso, paso, paso, paso, paso, paso, paso.
Quiero terminar con una canción de otro grupo. Acabamos de pasar bajo un cartel que señala “Alcalá, Zaragoza”: queda poco para llegar. Por suerte, me queda aún espacio en el papel...
Paso de canción, paso, paso, paso, paso, paso, paso.
No puede ser, siguen siendo ellos, pero es una buena canción: sólo voz y guitarra. Los recuerdos mágicos podrían tener una banda sonora como esta...
Y me pregunto qué sería de la vida sin bandas sonoras. Imagino una película sin un ápice de música... no sé...
Hora y media escribiendo gracias a este juego: jugar con la palabra escrita gracias a la palabra hablada (o cantada).