Empapada y exhausta pero... satisfecha
Está muy fría, pero no lo hago notar verbalmente. Minutos antes de meter el primer pie en el agua recordaba un fragmento de “La casa de los espíritus”, una de mis novelas favoritas. Quizá es la cultura hispanoamericana... su autora, como gusta de hacer García Márquez, usa un realismo mágico envolvente para narrar y conectar historias engarzadas entre los lazos de extensas y curiosas familias. A una de esas familias pertenecía Clara Valle, una mente clarividente que se movía más a gusto entre los espíritus que entre los de carne y hueso. Clara creía, o Clara había leído, ya no recuerdo bien, que las sensaciones desagradables, en concreto el dolor, podían controlarse si nuestra mente era lo suficientemente fuerte...
¿No es una especie de dolor lo que sentimos cuando nuestro cuerpo entra en contacto con una sustancia que se encuentra a una temperatura “que hace diferencia”? Meto un pie, meto otro, pero... intento controlarme: no sólo freno la reacción externa, sino que también intento calibrar al instante mi sensación interna para transformarla, cuanto antes, en una buscada indiferencia; quiero experimentar.
A mi lado, más gente.
Delante mía, a mi derecha realmente, está Alex, una de las chicas que forma el grupo al que, junto mi querida exploradora, parece que pertenezco desde hace un rato. Qué curioso, en los primeros minutos, creí que la acababa de conocer... Mediaron ciertas fórmulas de cortesía, primeros acercamientos y un diálogo más privado, menos concurrido, para que ella me reconociera y yo a ella: una chica de la que me habían hablado, a la que me presentaron un fugaz instante hace unos años y que ahora aparecía de nuevo. Me había parecido agradable, pero ahora... más, quizá condicionada por lo que sabía, aunque precisamente lo que sabía a otros les habría podido producir cierta sensación de recelo.
Detrás mía, a mi izquierda, se mezclan dos voces: la de Paloma, mi compañera y la de Marta, compañera de Alex. Reconozco que no recuerdo cuál de ellas precedía a la otra, supongo que iba más atenta a lo que ocurría en esta nueva experiencia, una experiencia que me producía cierto respeto, por lo novedoso y por la presencia de un riesgo que, aunque controlado, servía para activarme.
Sobre Paloma no puedo decir más que... es alguien que “hila fino” y que, ese día, desempeñaría uno de los papeles principales en lo que más tarde, y combinando las ocurrencias propias del alivio y la liberación que suelen seguir a la angustia, sería definido como lo que da título a este escrito.
A Marta también la conocía, casualidades de la vida. Me la habían presentado el día anterior, en un contexto completamente diferente. Ella estaba sentada en un silla y yo estaba de pie junto a una puerta, y así nos quedamos mientras nos intercambiamos dos frases de cortesía, lo que quizá hizo fácil que en este nuevo entorno, la primera impresión traída del día anterior se volviera más cálida.
Así que allí estoy yo, andando de lado, sobre unas piedras que, colocada una junto a otra, forman una especie de puente que me recuerda al que producía temor al primer Javi de “Secretos del Corazón”. Muy digna, la mayor parte del tiempo miro a unos pies que ya han perdido sensibilidad (¡Clara tenía razón!), mientras se van desplazando a lo largo de una superficie algo resbaladiza (“Cuidado con el musgo verde”). Cada vez me siento mejor, más segura, más tranquila. A mitad del recorrido se me pasa por la cabeza qué ocurriría si me cayera de culo al agua; le pregunto a Alex si ha pasado alguna vez y me dice que en una salida anterior se cayó a un chico. En principio... mi mayor temor sería el frío del agua, pero... mis “nuevos poderes de autocontrol” hacen que esta preocupación pase a segundo plano.
Cuando me doy cuenta ya estamos llegando a la otra orilla. Allí nos espera David, el profesor, que se ha calado unas botas de agua, se ha remangado los pantalones y, de pie sobre el lecho del río, nos ayuda a ir saliendo. La cautivadora exploradora hace una broma (¿está quizá liberando tensión tras un momento de angustia...?): “¡así cualquiera..! ¡ja!.”
Ya fuera nos volvemos a calar el calzado seco y, tras unos minutos durante los que los miembros de diferentes grupos intercambian impresiones, emprendemos el camino, bastante juntos, a modo de piña, aunque poco a poco se crean parejas o tríos de conversación. No puedo evitar ponerme a hablar con Paloma, algo sobre la DBM y lo sectarias que suelen parecer aquellas cosas que no son conocidas por una mayoría. Sin embargo, poco después se nos une Marta, que resulta haber estudiado Fisioterapia y comienza a hablarnos de la manera en que se suelen organizar los congresos de esta área y, por ello, la insatisfacción que sintió al asistir a algunas de las ponencias de las Jornadas de Innovación de Guadalajara... Entre frase y frase vamos dejando camino atrás, mientras subimos. Empiezo a resoplar de verdad (¿cómo puedo cansarme tan rápido?) y es entonces cuando se me acerca Dani, uno de los chicos del grupo, para preguntarme cosas acerca de lo que estudio. Agradezco su gran interés, pero me pregunto si podré seguir la conversación sin quedarme sin aliento... Llegamos al primer “punto” marcado en el mapa, y en él nos hacemos la primera foto de un trayecto que parece presentarse como un agradable paseo...
Ya hemos dejado atrás al grupo de Lola y Patricia, no sé por dónde andarán. Hablo con los otros dos chicos: resulta que conocen a un amigo mío... hoy es el día de las coincidencias. Nosotros seguimos subiendo y Paloma recuerda al grupo que tendríamos que usar el material que el profesor nos ha proporcionado para simular que la travesía la realizábamos con una persona con deficiencia visual... Los chicos se muestran receptivos y, así, comenzamos a rotar en ese rol que permite, según lo que yo aprecio cuando me toca, no sólo ponerse en el lugar de aquel que carece de la vista (para acercarse a lo que siente, espero que no para sentir lástima, aunque esto siempre resulte inevitable), sino también para ser más consciente del resto de estímulos que nos rodean (los sonidos, sobre todo, llamaron mucho mi atención) y para percibir cómo gestionamos el hecho de depender de otros... En mi caso, fueron dos las personas que, cariñosa pero firmemente me agarraron y me ayudaron a subir. La conversación... tan interesante que hubo momentos en los que me sumergí tanto en ella que olvidé el contexto en la que me encontraba.
Cuando me quito la “venda” de los ojos me doy cuenta de que el último tramo que hemos subido es bastante escarpado, pero he tenido buena ayuda. Miro hacia arriba y la cosa se complica un poco, el terreno resbala y tras un pequeño incidente, todos subimos a la cima... ¡Hemos llegado a lo más alto! Tengo hambre, y mientras sacamos los bocadillos más grupos van llegando. Los chavales de Educación Física se saludan, yo saludo a Mónica y a Bea, que llegan cansadas. Paloma fuma a escondidas, creo que hasta su cigarro es apagado por una incipiente lluvia que hace que todos emprendamos la marcha: unos hacia un lado, otros hacia otro...
Y es aquí cuando llega lo bueno...
Tenemos el mapa, sí, con sus puntos marcados, pero en este momento no hay un camino evidente. Tenemos que elegir la ruta, hay dos opciones: podemos dar cierto rodeo al montículo en el que nos encontramos o podemos... ir campo a través, más bien... barranco a través.
El grupo delibera: los chicos, sobre todo uno, el más “arriesgado”, votan por la segunda opción. Las chicas son algo más reticentes, sobre todo una. Paloma y yo en principio nos mantenemos expectantes... hasta que aceptamos la decisión del grupo, tranquilizadas por el comentario de David, que pasa por allí, y la complacencia del grupo ante ella: “si la cosa se complica mucho... siempre podéis dar la vuelta y subir...”. La cosa no es tan mala.
¿Qué me pasa a mí en ese momento? La verdad es que de primeras... la cosa no parece tan mala, pero además yo no quiero condicionar de ninguna manera al grupo. Si la mayoría se muestra de acuerdo no voy a ser yo quien rompa el ritmo... Ahora me pregunto cómo de complicada o apabullante tendría que mostrarse una situación para que yo alcanzara el límite y dijera... “no, yo no voy por allí”; también me pregunto cuál habría sido la reacción de los compañeros... ¿habrían aceptado la decisión de una de sus invitadas? (que probablemente habría sido apoyada por la otra) ¿habrían intentando convencerme? ¿habrían llegado a dividir el grupo, yéndose los aventureros por el barranco mientras el resto apoyaba mi moción...? Sólo me queda hipotetizar, porque la realidad fue bien distinta...
Empezamos a bajar...
Dos de los chicos, pero sobre todo uno, van bastante rápido, por delante, realmente no preocupándose mucho de los que les seguimos. Paloma y yo vamos algo por detrás con las chicas y Dani. Al principio la cosa no está fea, pero pronto... empieza a llover y, con la lluvia, la tierra se vuelve cada vez más resbaladiza, el terreno se complica, cada vez más vertical, no tenemos puntos de apoyo... sólo ciertas matas que en ocasiones te arañan la piel...
Nos paramos en seco: los tres miembros del grupo que nos acompañan dudan, se preguntan si deberíamos seguir... que ellos duden y la preocupación que veo en sus caras... me preocupa a mí, porque... si les veo seguros tengo un motivo por el que sentirme tranquila, pero si no...
Llaman a voces a los dos adelantados. “El arriesgado” dice que no sabe si podemos continuar, que lo ve chungo. Yo me siento en el suelo como puedo, agarrándome a un saliente. Miro a Paloma: su cara un poema, como la mía. Pero también miro hacia arriba y no me veo capaz de subir, lo veo aún más difícil que seguir bajando... La lluvia aprieta. Dani está cerca de mi y, cuando se decide continuar, aunque no sin mucho convencimiento, le pido que no se aleje mucho. Me ayuda en algunos trozos, yo intento aconsejar a Paloma diciéndole por dónde bajar pero... de repente se hace daño en una rodilla. Veo la mueca de dolor que viste, pero veo también el esfuerzo por recomponerse: creo que no quiere ser ni mucho menos un lastre, pero creo también que sabe que si se concentra en el dolor y en la situación en la que nos encontramos... se sienta y no sigue.
Seguimos bajando y llego una zona muy escarpada. Javi, que ya la ha bajado, se retuerce de dolor porque se ha golpeado una pierna... madre mía... madre mía... Intento enfriar la mente y me pongo muy técnica yo, analizando bien la superficie en la que me encuentro, la superficie en la que tengo que aterrizar y memorizando los salientes que tiene la pared que tengo que salvar: no quiero hacerme daño... Mente fría, calculadora, sueno segura mientras le explico al dolorido Javi cómo pienso bajar. Apoyo el culo en el barro, me agarro a todas partes sin importarme ya que mis manos sean una superficie más marrón que la tierra misma y... ¡chas! Salto. Ya estoy abajo, junto al chico, y siento una especie de orgullo anterior que me llama a sonreír, a reírme... una pequeña victoria. Miro hacia arriba, porque faltan las chicas y Paloma, quien, a tono con ese incipiente buen humor que caldea la anterior sensación de temor que me recorría entera, le pide a Javi que la coja como en las típicas escenas de boda en las que el recién casado pasa a su amada a la casa. Nos empezamos a reír desenfrenadamente (nosotras dos, porque a Javi creo que no le hace tanta gracia; el pobre bastante tiene con lo de su pierna...).
Sigue lloviendo. Cada vez más barro, que hace que nuestros pies parezcan dos bloque arcillosos de difícil movilidad... Cada vez bajamos más y yo no veo el fin. Mientras que todos vamos más o menos juntos, “el arriesgado” ha desaparecido y las chicas del grupo empiezan a mosquearse (“este tío va a su bola”). Cuando reaparece, es Paloma la que le dice que haga el favor de aprovechar que va por delante para buscar la ruta (si es que existe) más adecuada. Esto despierta a Marta, quien le espeta que no son formas de ir en grupo, que está pasando de todo, que nos ayude. No sé si con efecto o no de las quejas, desaparece para buscar por dónde seguir. Yo lo veo cada vez más crudo, no paramos de bajar y se supone que tenemos que llegar a una torre eléctrica que cada vez está más alta con respecto a nosotros... Sin embargo empiezo a bromear... (“¿divisáis alguna zona llana para que aterrice el helicóptero?”) y es que... no está tan lejos de la realidad el que me imagine siendo rescatada porque no encontramos salida... Esto me asusta un poco. Le pregunto a Paloma cómo lleva su pierna, parece que mejor, supongo que porque no deja de moverla y el calor no le permite sentir dolor.
“El arriesgado” nos habla desde lo alto de un montículo (yo allí no podría subir) y nos dice que podemos continuar, que aunque está complicado no es peor de lo que ya hemos hecho (casi tenemos que dar gracias) así que... allá vamos. Con las orejas gachas se acerca más al grupo y, ante ciertos comentarios de Marta, nos ayuda a atravesar una zona complicada con el resultado de que acabamos cayéndonos unos encima de otros, perdidos de barro pero... también con la tensión disipada.
A mí ya me da todo igual. Ante los obstáculos complicados me olvido de hacer equilibrios innecesarios e inútiles sobre un terreno tan resbaladizo como el que pisamos, apoyo el culo, hundo mis manos en los pocos salientes que hay, recubiertos de barro y... me lanzo. Me doy cuenta de que ya no me importa lo más mínimo estar sucia, de hecho lo estoy enormemente; el barro me cubre incluso zonas de la cara. La verdad es que... empiezo hasta a disfrutarlo. Al no necesitar estar pendiente de un estímulo que poco me ayuda en una situación como ésta, el trayecto se vuelve más fácil.
Existe cierta complicidad entre nosotros, reforzada por lo cómico que resulta vernos en tal situación y con esas trazas. Los chicos reconocen que nunca habían hecho algo así en las pasadas salidas. Ya hasta me río con “el arriesgado”, que de vez en cuando se gira y, al verme, no puede evitar sonreír.
Poco a poco... el terreno deja de ser tan escarpado y... llegamos a un estrecho senderito. A pesar de que los últimos minutos se me habían hecho mucho más llevaderos, un sentimiento de gratitud, quietud y repentina calma me invaden... De alguna manera... estamos a salvo.
El resto del camino... una gozada. Una vez pasado “lo malo” los chicos vuelven a adelantarse, sintiendo quizá que ya “han cumplido”. Paloma y yo disfrutamos de las nuevas estrategias que hemos desarrollado en lo que a caminar por el monte se refiere: ya tenemos nuestros trucos y vamos anticipándonos a lo que viene, mientras nos reímos y charlamos animadamente. Marta y Alex nos adelantan, en otra mini-conversación. A los chicos ya no les veo.
Me siento bien, porque hemos superado una situación que creí realmente compleja, porque aunque estoy embarrada estoy cómoda, porque a mi lado tengo a alguien con quien me siento “a gusto” con mayúsculas, porque aunque no sé bien si he priorizado el atender a mí, a los otros o al contexto no me agobio, porque aunque no puedo delimitar qué tipo de motivaciones me movían a cada momento y quizá no pueda hacer un estudio pormenorizado del día... estoy feliz.
Sé que luego tendré tiempo para volver a lo vivido, sé también que podré hacer tantas conexiones como surjan, no sólo para la asignatura a través de la cual nos hemos visto inmersas en esta pequeña aventura, sino también... para la vida misma... la vida.
Paloma y yo estamos de confesiones, mientras el final del camino se acerca... qué gusto.
Llegamos al río, hay que cruzarlo otra vez. Allí vemos que Javi y “el arriesgado” nos dicen adiós desde la otra orilla; se van corriendo porque tienen que trabajar. Quedamos Marta, Álex, Dani, Paloma y yo... cruzamos con las botas puestas, que es lo mejor que puede hacerse cuando dos bolas de barro las recubren... y no siento frío, sólo calma, descanso. Paloma me dirá luego que iba de lo más “pancha” hablando mientras cruzábamos; quizá porque para mí este ritual ya no era algo que requiriera mi atención, quizá más bien porque lo vivido en las horas anteriores, una pequeña-gran victoria personal, hacía que esto pareciera, de alguna manera, insignificante.
Ya estamos en la otra orilla. Los miembros del grupo que quedan se despiden de Paloma y de mí porque tienen que marcharse rápido. Nosotras no tenemos prisa: somos unas supervivientes que, tranquilamente, empapadas, exhaustas, pero también satisfechas... vuelven al punto de partida.
6 comentarios
Gloria -
Alejandro... no comments! jajaja :p
Alejandro -
que conste que mi mente también se ve incipientemente afectada en Primavera (y Otoño, e Invierno y Verano...)
Mejor no comentar el sugerente título,ja..
Gloria -
qué ilusión ver, tan rápido, una ventanita en la esquina inferior derecha de la pantalla diciendo has recibido un correo electrónico de blogia. Veo que no tomáis represalias ante mi últimamente habitual parsimonia a la hora de escribir... jaja. Gracias.
En primer lugar... sí, Paloma, me he atrevido a poner el título y es que... la creatividad de dos extenuadas, pero brillantes mentes, en un contexto como aquel... no podía quedarse en el olvido! : ) De todos modos, el doble sentido que a ambas nos hizo tanta gracia... lo dejamos para las mentes algo afectadas por la incipiente primavera, el resto... como Alejandro, que me dice que muy buena descripción, espero que opte por una comprensión estrictamente literal de la frase.
En cuanto a lo de la brújula... no lo había pensado. Es un estímulo recurrente éste, verdad...? un utensilio que nos ayude a encontrar el rumbo... qué sugerente, aunque a veces me pregunto si esa función, esa ayuda, no puede encontrarse más bien en aquellos con los que compartes ciertos vericuetos dentro del camino...
Confesiones de dos caminantas... qué momentos, Paloma. Me hace gracia, las mujeres somos capaces de decirnos unas cosas másss cursis! Jajajaja, lo que no quiere decir que los hombres no lo hagan! Aunque quizá de diferente forma (es que he visto El Cavernícola y aún me quedan retazos de lo que allí oí...).
Hombre!! Sin duda te buscaré en la Graduación, porque si tú no estás... y aunque digas que no vas a graduarte otra vez.... algo faltaría.
De lo que dices, Alejandro, me quedo con lo de lo relativo de las cosas y lo útil de las experiencias nuevas e intensas como manera de ponernos a prueba y, por ello, de acabar conociéndonos mejor.
Decía lo de mi pequeña victoria al terminar el día en el monte recordando, con cariño, lo que me ocurrió hace tres o cuatro veranos, cuando me atreví a hacer rappel por primera vez (no ha habido segunda, pero no porque no fuera bien, sino por falta de ocasión). A simple vista puede parecer algo sin importancia, pero para mí fue un logro personal que me tuvo todo el día en las nubes. Puedo recordar lo largo que se me hizo el rato previo, cuando dos de mis yoes se debatían ante la toma de una decisión que tan sólo incluía un sí o un no, ¿Lo hago o no lo hago? si no lo hago seguro que me arrepiento, ¡a ver cuándo me encuentro yo otra vez en una situación así! Además... no es para tanto... Pero sí lo hago... ¡madre mía qué alto está eso! ¿y si me arrepiento en el último momento? ¿y si no puedo dar marcha atrás...?. Finalmente.. lo hice, y me invadió una alegría enorme, mucho más allá del disfrute que pude tener mientras hacía la actividad: había sido un reto cumplido, y su significado iba más allá de toda evidencia real.
Algo parecido también lo he sentido con las pequeñas conquistas a la hora de viajar al extranjero, de llegar a un lugar y empezar a conocer. La primera vez que me embarqué en un avión, rumbo a un lugar desconocido, completamente sola, creí que no sería capaz, todo era un mundo... Han pasado años, viajes de por medio, y ahora... me da pena darme cuenta de que, de alguna manera, he ido restando emoción y acoplando a mi baraja de rutinas algo tan sorprendente...
*De 5º... la verdad es que me quedo con decenas de momentos inolvidables, sí! (y los que aún quedan en esta recta final!), pero esta jornada... se queda entre los memorables :)
Un abrazo muy grande para los dos.
Alejandro -
Un saludo
Alejandro
Alejandro -
Excelente narración, dan hasta ganas de haber estado ahí. Muy buena descripción.
No hay nada como contrastes perceptivos ¿eh? para ver lo relativas que son las cosas.
Me hiciste recordar cuando hice el Camino de Santiago hace unos 17 años. Tuvimos jornadas como ésta, pero durante 20 días. Al leerte pensaba en lo bueno que son este tipo de experiencias, para relativizar tantas cosas y descubrir tanto acerca de nosotros. Si quieres conocer a alguien, sácale de su ambiente natural, donde se sienta cómodo y seguro.
Ah... y vaya con las coincidencias..
Al menos, cuando pienses en 5º tendrás el recuerdo de cuando subiste y bajaste del Ecce Homo. Estoy seguro que tendrás muchos más.
Un saludo
Alejandro
Paloma -
¡¡Te has atrevido a poner el título!!jajajaja
Saaaaanto cielo! Que pequeña aventura y a su vez cuántos matices muestra sobre las personas. En unas horas más allá de los conocimientos verbales, los procesos, como entramos en ellos, cómo nos mantenemos y cómo salimos.Tránsitos, transferencias y....
Tuve ganas de hacer esta andadura contigo complementando la andadura virtual que siempre nos ha vinculado y otras más teatrales.
Hay personas que cuando te sorprenden es para mejorar sobre lo bueno que piensas de ellas. Eso me pasa contigo, Gloria.
Estuviste atenta a mi rodilla, fuiste un lazarillo cálido y fiable cuando adopte el papel de ciega y al final confesamos lo que nos había enriquecido mutuamente encontrándonos.
Snif,snif... Veamos el día de tu graducaión...espero estar allí para aplaudir cuando digan tu nombre ( por supuesto más limpia y arreglada...como tú te mereces)
PD. Por cierto, recordando uno de tus primeros post, el otro día te vi muy suelta con la brújula ¿lo has pensado?
Un enorme beso
Paloma