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Gloria

Fractura de estándares

Fractura de estándares

"Precisamente de lo que más podemos aprender es de las experiencias negativas". Esas experiencias que calificamos de negativas, si lo fueron es porque no respondieron a nuestras expectativas, a los estándares dentro de los cuales deberían haberse movido hipotéticamente para obtener un resultado grato.

 

"A veces reaccionamos, no gestionamos". Y esque es lo más fácil, ¿no? Cuando algo choca de frente con nuestros patrones, nuestro yo “en automático” responde. Enfadado, frustrado, decepcionado, humillado... no le gusta lo que percibe y, en el acaloramiento del momento, no es capaz de pararse a pensar y contemplar la posibilidad de que, si se revuelve bien entre el aparente fracaso, puede aparecer algo valioso.

 

Comentando en grupo nuestras experiencias a la hora de vivenciar, en el presente, pasadas situaciones, tanto positivas como negativas, algunos señalaban cómo, en el caso de las negativas, se tendía a “pasar por ellas” más rápido, quizá por la angustia que a menudo supone recordar algo que no nos resulta agradable.

 

Es algo común y en consonancia con una evolucionada versión de lo que podría ser el espíritu de supervivencia: reforzar los recuerdos positivos y dejar caer en el olvido los negativos como un intento de seguir para adelante con más fuerza.

Y si bien no defiendo que haya que torturarse con visionados repetidos y detallados de aquello que nos hizo sentir emociones negativas, ¿no sería, el hecho de analizar esos momentos, una manera de descubrir patrones? ¿No podríamos así identificar elementos para ir matizando nuestras maneras de enfrentarnos al mundo? ¿para avanzar...? ¿para crecer...?

"Toda ciencia viene del dolor. El dolor busca siempre la causa de las cosas, mientras que el bienestar se inclina a estar quieto y a no volver la mirada atrás". (Stefan Zweig)

Explorar no es lo mismo que buscar

Explorar no es lo mismo que buscar

Había que “dejarse llevar”, había que “fluir con la experiencia”. Haciendo uso del espacio como medio para secuenciar los recuerdos y preferiblemente cerrando los ojos para aislarnos de los estímulos externos, que podrían interferir en ese “rememorando”, se nos proponía que, por unos minutos, intentáramos vivenciar una situación comunicativa en la que nos habíamos sentido especialmente bien y otra en la que nos habíamos sentido especialmente mal.

 

Dos situaciones comunicativas, dos tareas, dos sesiones diferentes.

 

Igual que no es lo mismo hablar sobre una experiencia que sentirla (o que “resentirla”) esta actividad me hizo darme cuenta de que tampoco es lo mismo una búsqueda que una exploración.

 

Cuando buscamos, explícita o implícitamente, tenemos un objetivo. “Hago esto para conseguir aquello”, lo que implica que, si pretendemos realizar una búsqueda precisa, una búsqueda “como Dios manda”, seremos organizados y meticulosos, seguiremos unas pautas, tendremos claro el qué y el cómo, probablemente también el por qué.

Obviamente, esto tiene sus ventajas y sus inconvenientes... Por un lado, podremos contar con cierta seguridad al conocer la tarea, por otro lado, previsiblemente el viaje no nos deparará descubrimientos inesperados y, lo que es peor, en ocasiones podremos sentirnos frustrados al no alcanzar nuestra meta.

 

Una exploración es... otra cosa. No hay reglas ni senderos marcados, sólo afán descubridor. Pero.. ¿el que explora siempre descubre...? ¿ y qué descubre? ¿quién decide qué merece llamarse “descubrimiento”? ¿qué influye en el explorador a la hora de etiquetar algo como un hallazgo?

Tantas preguntas hacen que me quede mejor con un... “afán explorador”, y me imagino a alguien deslizándose entre las exuberantes hojas de una poblada selva, sin misión encomendada ni destino conocido, sólo un machete para ir abriéndose paso.

Atendiendo a estímulos

Atendiendo a estímulos

Cuando nos comunicamos... ¿en quién solemos centrar la atención?

 

Desde luego, y a pesar de que resulte paradójico si tenemos en cuenta lo preocupadas que las personas estamos en la reacción que producimos en los demás, los primerizos en esto de la exploración comunicativa centramos gran proporción de la atención en nosotros mismos.

 

Sería lógico pensar que fijarnos en nuestra ejecución nos dará pistas de valiosa utilidad a la hora de autorregularnos. Pero... ¿no es asimismo una fuente de información incalculable la que recibimos del exterior?

 

Si colapsados por los nervios nos convertimos en concienzudos analistas de nuestras interpretaciones, si no alzamos la mirada y buscamos las reacciones que en los demás provocamos... ¿no nos estaremos dejando algo por el camino?

 

Clase de Habilidades Sociales. Primera sesión. Segundo ejercicio.

 

“Súbete a la tarima, no te sientes, no hables (nadie dijo: “no te comuniques”) y... aguanta el tipo lo mejor que puedas” podrían haber sido, en clave de humor, las instrucciones que introdujeron lo que para mí supuso una situación en la que se hizo evidente lo difícil que se hace un aparentemente “no hacer nada”. Me expuse a una audiencia sin palabras que pronunciar y eso me hizo inferir que sin nada que transmitir.

 

Como más tarde se dejó caer, se pretendía que, separándonos de nosotros,  atendiéramos al resto, a los demás, pero yo seguí atendiendo a mí misma: a mis inseguros movimientos, a una incipiente vergüenza, al “¿qué hago yo aquí?”.

 

Fue un primer intento. Como dice una conocida argentina, “no hay drama”. No hay drama pero sí la toma de conciencia de que, en el campo de la comunicación, entrenar cuidadosamente la percepción es importante.

 

Hagamos lo que hagamos, de nuestro alrededor surgirán decenas de reacciones, estímulos más o menos brillantes. Lo que hay que hacer es... empezar a prestarles atención para, más tarde, intentar descifrarlos.

Expectativas

Expectativas

Abro la puerta, echo un vistazo general y busco un sitio donde sentarme. Una melodía de fondo. Dejo el bolso en el suelo, me quito el abrigo, saco la carpeta y de ella un folio, también un bolígrafo con el que escribir. Me recoloco el pañuelo que llevo al cuello, doy un par de sorbos de la botella de agua.

Intercambio comentarios y unas cuantas risas con unos compañeros que ya conozco.

Miro al frente: allí está Alejandro, traqueteando en el ordenador. No sé si preparando algo para la clase o dándonos tiempo, quizá también dándose tiempo...

Estoy inquietamente feliz o felizmente inquieta.

 

“Alumnos con expectativas” era lo que esperaba tener. Y... supongo que no se equivoca.

 

Pero... ¿qué expectativas? ¿pueden identificarse? ¿definirse? ¿delimitarse claramente?

 

A la pregunta de si todos tenemos las mismas, un guiño rápido nos dice que no: cada uno tiene razones diferentes para estar aquí. El abanico de motivos recorre un continuo desde los más pragmáticos hasta los más existenciales.

Hay quien busca completar una trilogía, hay quien busca completar un número de créditos... Al menos... todos buscamos algo.

 

Yo no sé concretar qué busco o qué espero.

Por un lado me gusta no tener expectativas cerradas, lo que me asegurará no llevarme una decepción.  Por otro lado, sé que, aunque no explicitadas, las que tengo son muy altas. Y no se centran precisamente, y aunque parezca extraño, en el contenido alrededor del cual, en un principio, girarán las sesiones que, a partir de ahora, compartiremos en estas dos asignaturas. Recordando lo que hemos estado hablando la pasada semana... se centran más en el “cómo” que en el “qué”, quizá también en el “por qué” del “cómo”, porque tengo la certeza de que lo que aquí hagamos me asegurará momentos de cuestionamiento (¿responderemos?), de incertidumbre (¿gestionaremos?), de búsqueda (¿encontraremos?)... y “sólo” con eso... ya estoy más que satisfecha.

Los colores que nos componen

Los colores que nos componen

Es curioso cómo lo que comenzó como un blog aparentemente académico (aunque en su evolución y, afortunadamente, lo "académico" en el sentido más tradicional se fue quedando por el camino ) pasó a ser más personal, y cómo de lo personal puede volver a lo anterior...

También es curioso cómo cada vez me doy más cuenta de que no podemos disociar los planos que nos componen.

De ahí esa espiral, que para mí supone la continua evolución e interrelación; de ahí la multiplicidad de colores, que muestran las pequeñas parcelitas que hay en nosotros y que, juntas, forman un todo.

Carta a Jorge (III): en paz

Carta a Jorge (III): en paz

Han pasado poco más de dos meses desde la última vez que nos vimos, y entre nosotros... sólo ha mediado este contacto virtual que ahora toma la forma de una sexta carta.

Sin embargo, siento que han pasado años y que este frío invierno se ha desdoblado en varios, eternos pero cargados de momentos de sabia introspección.

 

Jorge, tú has optado por pasar un tiempo en esa isla donde dices muchos han ido por amor y otros... por miedo a él. Yo... también pensé en desaparecer, y he viajado.

 

A algunas personas les da miedo la soledad, y buscan siempre calor humano a su alrededor. Yo disfruto mucho de la compañía, pero en los últimos tiempos he empezando a disfrutar también de la calma que te proporciona estar sola en una estancia, en una casa... sin necesidad de intercambiar fórmulas de cortesía con aquellos con los que te topas cuando lo que en realidad deseas es estar contigo misma.

 

Apreciar un paisaje lleno de vida vegetal y animal pero sin compañía humana, caminando a diferentes ritmos, contemplando algo que te llama la atención o quizá buscando, con la mirada perdida, algo más allá, no perceptible por los sentidos.

 

No eché de menos a nadie. No necesitaba nada más.

Y es así como me di cuenta de que, a pesar de que no lo aceptaba, soy “fuerte”. Superé los días en que parecía haber perdido el sentido de la realidad, en que no era capaz de desarrollar un pensamiento coherente alejado de lo que entonces consideraba el centro de  mi mundo.

 

Al principio me sentía enormemente culpable por terminar algo que, al parecer, si yo hubiera querido, se habría prolongado indefinida y felizmente. Recordaba a nuestros conocidos diciendo que hacíamos una pareja estupenda, que se nos veía tan bien juntos... recordaba la envidia en la cara de algunos cuando agarrados, paseábamos por la calle, vistiendo el silencio de carcajadas, recordaba tu sonrisa reconfortante mientras, levantando mi barbilla para que te mirara, me secabas las lágrimas cuando mis pequeñas  tonterías me hacían estallar, recordaba tu preocupación en la sala de espera cuando aquella noche me ingresaron de urgencias, recordaba el momento en que algo empezó a palpitar dentro de nosotros cuando, sentados uno junto al otro en un viejo sillón de hotel al amanecer, nos sorprendió una felicidad desbordante...

 

Sin embargo, poco a poco, estoy aprendiendo a disociar nuestra historia de la desgracia, estoy empezando a convivir con los recuerdos sin convertirlos en dramas, estoy atreviéndome a pensarte... esta vez sin miedo.

 

Cuando era pequeña, mi madre me decía que había diferentes tipos de amor y yo... no terminaba de entenderlo.  Ahora, experimentando este cambio de piel, sé lo que quería decir.

 

Ahora sé que no voy a dejar de amarte, Jorge, aunque no lo haga de la misma forma que antes. Ahora sé que podría volver a mirarte a la cara sin derrumbarme, porque yo ya me he perdonado, porque estoy limpia, porque huyendo de las normas sociales que a menudo nos coartan, he aceptado que incluso las historias más bonitas pueden terminar. Y... con una asombrosa certeza te digo que, una vez que la amargura desaparezca, podremos llegar a compartir momentos inolvidables, que podremos empezar otra historia, diferente pero también nuestra.

 

Yo te espero.

 

 

Y esta... es la banda sonora de mi momento.

 

Escribiendo mi historia

Escribiendo mi historia

La era digital en que vivo hace que mis ideas se plasmen mejor a través de las pulsiones de las yemas de los dedos. Aún así, escribo a mano, acompasando mis movimientos con el traqueteo del coche, sobre un trozo de papel usado cuyo dorso rescato.

 

Música de fondo: un recopilatorio de “Presuntos Implicados”.

Diferentes frases en la voz de Soledad Giménez que llaman mi atención: “cada paso que se dio, algo más nos alejó...”, “es una historia del mañana...”, “voy a esperarte, con el alma llena de empeños, y el sabor que tienen los sueños...”

 

El vuelo de un pájaro entre la gris nebulosa.

La nieve cubre los surcos del arado en tierras yermas.

Dejamos atrás un pueblo llamado “Trembleque”.

A mi izquierda me llama la atención un cartel que reza así: “Vendo bodega: facilidades”.

 

Me hago consciente, por primera vez desde hace mucho, del contenido de las letras, saboreando la combinación de palabras, aderezadas con una melodía que a veces me hace efervescer y, otras, anhelar el retiro.

 

Muchas hablan del amor: uno que vuelve, otro que se ha mantenido cerca, siempre a punto, uno que comienza con el nacimiento (“por él me despliego como una rosa...”).

 

Un viaje largo en el que, raramente, se me han acabado las cosas que hacer: tareas, lecturas...  No me queda otra: contemplar el paisaje.

 

Suena “La mujer que mueve el mundo”: conozco a algunas mujeres capaces de moverlo.

 

Un comentario irónico de mi madre sobre uno de los mensajes en los paneles informativos de tráfico de la autovía. Me río: yo había pensado lo mismo.

 

En mitad de la canción (y de esta especie de trance creativo), mi padre para la música y pone la radio para buscar algo que le interesa.

 

Quiero seguir escuchando música: le pido el MP3 a mi hermana.

De repente, suena Black Eyed Peas. Me recuerda a noches de discoteca del pasado verano. De repente el ritmo y la percepción cambian: decenas de imágenes en un par de segundos, y una disposición diferente.

 

Mi hermana, estudiando a mi lado, me da un leve toque en el brazo. Presuntos Implicados suena de nuevo.

 

Una canción que me encanta. Soledad presenta a su acompañante, “Miss Randy Crawford”, del mundo del jazz y del rhythm and blues.

“You´re a dream coming true...”: una combinación de voces extraordinarias.

¿En quién piensan estas mujeres cuando cantan? ¿en sus actuales parejas? ¿en historias inquebrantables de la juventud? ¿o en ideales que posiblemente se mantendrán en ese mundo de “lo no acontecido”?

“Y apago la luz... para verte... mejor...”. ¿Quién necesita luces cuando la llama está dentro nuestra?

Aplausos finales.

 

En el intervalo entre una canción y otra echo la vista a la derecha: estamos adelantando una hilera de camiones. “Hay trafiquito”, apunta mi hermana.

 

Empieza “Alma de Blues”, buena para contemplar.

Canto gesticulando demasiado. No importa, estoy al amparo de indiscretas miradas.

 

Me pregunto si otro tipo de canciones supondría un caldo de cultivo propicio para escribir, sugiriendo ideas que se van entrelazando sin pausa. Quizá sí... pero se desarrollarían por otros derroteros.... ¿qué pasaría si hubiera seguido escuchando “I gotta feeling”?

 

Oigo: “lluvia en silencio...”. Me recuerda al “llover sobre mojado” y a la película “La lengua de las mariposas”, en la que el maestro recibe como explicación al fragmento de un poema este “idiom”. ¿Sabría el muchacho, después, explicar el significado de este?

 

Un clásico: “Esperaré”. Qué difícil se hace a veces esperar, sin saber si efectivamente lo anhelado llegará, más siendo impaciente y teniendo tantas ganas de disfrutar de las cosas en el momento, también cuando sabes que muchas veces ese ímpetu inicial se gasta demasiado pronto; más valdría tener templanza...

 

Enorme mole de los edificios del “Pocero” a mi izquierda: una ciudad fantasma. ¿Dónde viviré yo...? en un sitio así... no me gustaría.

 

“Esperaré a que me pidas que no me separé de ti...” esto me recuerda a la actitud de Bella Swan, que vive una historia de amor... no demasiado sana, en la que ella no se ve merecedora de lo mismo que le da el otro... ¿por qué?

 

Mi hermana ha aguantado mucho: a pesar de que está suave, pide a mi padre que baje el volumen de la música y éste para el CD. Vuelvo a Black Eyed Peas: mira por donde, ahora sabré que me sugieren su canción...

Empiezo a moverme compulsivamente en mi asiento, al ritmo del "let´s do it", "let´s do it", "let´s do it"... "Tonight is gonna be a good night". Pasa un Seat por la izquierda, cruzo la mirada con el conductor, un chico joven que va hablando con el que podría ser su padre. El siguiente coche, al que esta vez adelantamos (por la derecha, ¿se puede hacer eso?) alberga a una pareja. La chica, con abrigo y bufanda, va leyendo lo que parece ser un catálogo. Si yo ojeo/hojeo un catálogo, lo suelo hacer mientras como, normalmente cuando como sola, será porque me gusta hacer dos cosas a la vez.

 

Se me termina la hoja reutilizada en la que escribía, ¡mierda! Busco ansiosa otra en la carpeta. Finalmente encuentro un pedazo.

 

Suena una nueva:“Boom boom boom...”. Esto es demasiado; también discotequera pero demasiado (“Put your hands in the air!”). Paso de canción.

 

“Cuando estás... ya no están los demás...”: Bebe,  ¡qué variedad!

“Perdida, en el sofá de mi cuarto...”. Cuántas veces he estado yo en el sillón de mi cuarto... Me veo en una posición concreta: manta azul encima, lectura o apuntes entre manos, piernas colgando por encima del brazo.

“Cuando te vas... tengo ganas de llorar...”, ¿otra Bella Swan?

 

Paso de canción.

 

“Siete horas...”, otra de Bebe, ¡qué ritmito...! me imagino en una playita de arena blanca, daikiri en mano. Hace casi tres años en Punta Cana, contemplando a mis amigas embadurnándose en aceite de coco (muy bueno para las quemaduras solares), agua cristalina...

 

“Me levanto, no siento, me concentro...”. Parece una canción de Shakira, qué rapidez (“un terrón de sal, un rayo de sol, que donde digas que tú quieres que yo vaya voy, eres mi decir, mi país feliz, mi primavera, mi escalera al cielo, sí”). Así es como yo hablo muchas veces.

Cuando tenía cuatro y cinco años tuve una profesora, Pepi, que le explicó a mi madre que algunos niños cometían errores en la lectura por su rapidez: invención de palabras nuevas por atropellamiento. A lo mejor así también se pueden inventar ideas, por torbellinos sin orden...

 

Paso: mucha Bebe.

 

ECDL (“El Canto del Loco”, como ahora les llaman en las revistas de adolescentes).

“Y qué caro es el tiempo que me pone contra la pared...”. A mí a veces me pone justo ahí, y a veces me da miedo... ¿qué pasará cuando en lugar de veinticuatro, las velas de mi tarta anuncien cincuenta...?

Miro por la ventana: atardece.

No quiero que los cincuenta, ni tampoco los setenta, supongan mi atardecer.

A los setenta intentaré volver a leer esto. A veces me propongo cosas así... me pregunto qué sensaciones me abordarán entonces.

 

¡Guaaaa! canción de las que te hacen saltar: fue la banda sonora de finales de mi segundo de bachillerato, cuando desesperada tras horas de estudio, bailaba ante el espejo de mi habitación, pura liberación. “Foto en blanco y negro”.

 

Otra canción: madre mía, de esta tengo material grabado de mis bailes catárticos...

 

Paso de canción, paso, paso, paso, paso, paso, paso, paso, paso, paso.

 

Quiero terminar con una canción de otro grupo. Acabamos de pasar bajo un cartel que señala “Alcalá, Zaragoza”: queda poco para llegar. Por suerte, me queda aún espacio en el papel...

 

Paso de canción, paso, paso, paso, paso, paso, paso.

 

No puede ser, siguen siendo ellos, pero es una buena canción: sólo voz y guitarra. Los recuerdos mágicos podrían tener una banda sonora como esta...

Y me pregunto qué sería de la vida sin bandas sonoras. Imagino una película sin un ápice de música... no sé...

 

Hora y media escribiendo gracias a este juego: jugar con la palabra escrita gracias a la palabra hablada (o cantada).

 

Metáfora

Metáfora

Un explorador me dijo hace tiempo que había ocasiones en que no podía evitar que las metáforas salieran a borbotones mientras hablaba.

El lenguaje, don del ser humano, tiene como fin primigenio el de facilitar la comunicación, pero esta comunicación puede ser un diamante en bruto o... algo más... en manos del joyero queda.  Puede que vaya en cuestión de exigencias o de “conformismos”... simplificando puede que simplemente sea cuestión de atracción, de gustos... 

Es curioso cómo, en ocasiones, nos resulta más fácil (y sin duda, también más placentero) recurrir a asociaciones, a un lenguaje figurativo de significados implícitos, a la hora de expresarnos. Hay cosas que yo no sabría decir sin echar mano de este recurso que suele estar incluido en algún apartado del libro de lengua de  primaria pero que creo se aprende a usar a base del juego, del disfrute, de la magia de las palabras... 

El otro día leía lo siguiente sobre el narrador catalán Màrius Serra: “De pequeño se cayó en una marmita llena de sopa de letras, de modo que se ha especializado en el jugar del vocablo”. Qué bonita forma de describir a un “virtuoso” del lenguaje...

Estaba  buscando una metáfora para dar la bienvenida al año, o para describir lo que sentía ahora mismo con respecto a su comienzo, al futuro... cuando me he dado cuenta de que precisamente el origen del término puede definirlo perfectamente.

Metáfora:  del griego metá o metastas, “más allá de”, y phorein, “pasar, llevar”.

Eso es lo que quiero para el nuevo año, y para los venideros: “Ir más allá”,  “Dejarme llevar más allá”...